Evaluación de Riesgos Financieros y Geopolíticos
Introducción
Chile se encuentra en una encrucijada entre el agotamiento de su modelo fiscal, la erosión de la confianza institucional y la reconfiguración de su entorno regional y geopolítico. Esta evaluación identifica tres ejes centrales que definen el paisaje de riesgo para 2025:
- Agotamiento fiscal y erosión institucional — un déficit estructural enmascarado por el optimismo y la negación.
- Fragmentación regional y exposición estratégica — una reordenación del Cono Sur marcada por la volatilidad y la dependencia externa.
- Refundación moral a través de la verdad y la responsabilidad — un desplazamiento necesario de la ilusión a la lucidez, donde el coraje político reemplace la retórica.
Estas dimensiones describen a una nación que se acerca a un umbral decisivo: restaurar el vínculo entre verdad, confianza y responsabilidad, o continuar en una deriva lenta hacia la fragilidad sistémica.
1. Verdad, Confianza y Responsabilidad
Sin verdad no perdura la confianza; sin confianza se disuelve la responsabilidad.
El discurso público chileno ha entrado en una fase de evasión sistémica, donde los actores políticos evitan el diagnóstico por temor a exponer fragilidades estructurales bajo una prosperidad de superficie. Según Latinobarómetro, la confianza pública en las instituciones se ubica por debajo del 20%, y casi el 80% de la ciudadanía considera que los políticos “nunca o rara vez dicen la verdad”. Este vacío moral se traduce directamente en parálisis de gobernanza: decisiones postergadas, reformas diluidas y responsabilidad reemplazada por comunicación performativa. El resultado es una infantilización de la esfera pública: las promesas sustituyen a los planes, la empatía reemplaza a la evidencia y la negación se convierte en refugio político. Recuperar la verdad, por tanto, no es sólo un acto ético sino un imperativo estratégico: sin una realidad compartida, el orden fiscal, la cohesión social y la legitimidad institucional se desmoronan.
2. El Significado de la Renuncia de Marcel
La salida de Mario Marcel marca más que el fin de un período; cierra todo un ciclo tecnocrático. Durante dos décadas, Marcel encarnó la ortodoxia fiscal chilena —anclada en reglas contracíclicas, fondos de estabilización del cobre y la convicción de que la credibilidad podía suplantar al consenso social. Su renuncia expone, por tanto, el agotamiento de un modelo que mantuvo la confianza externa descuidando la legitimidad interna. Detrás del lenguaje cortés de la “decisión personal” se oculta la realidad no dicha: reservas menguadas, un déficit estructural que se aproxima al 3% del PIB y una clase política renuente a asumir límites fiscales. Cuando el guardián de la prudencia se retira, la ilusión de solidez se disuelve: mercados, inversores y ciudadanos perciben la pérdida de rumbo. Simbólicamente, no es el “momento Greenspan” de Chile sino su “ajuste Marcel”: el instante en que la responsabilidad retrocede ante la conveniencia y la prudencia deja de guiar el poder.
3. Estrés Fiscal y el Fin de la Era del Superávit
Chile ha entrado en una era post-superávit enmascarada por saldos formales y retórica optimista. El déficit fiscal, proyectado cercano al 2,5% del PIB para 2025, coexiste con ingresos por cobre en descenso y una base tributaria estrecha que cubre menos del 21% del PIB —muy por debajo del promedio OCDE. Los compromisos asumidos tras el estallido social —pensiones, seguridad y expansión de gasto social— son políticamente irreversibles pero fiscalmente insostenibles. La fuga de capitales desde 2019 ha superado los USD 60 mil millones según estimaciones del Banco Central, drenando liquidez y debilitando la resiliencia del peso. Esta erosión silenciosa transforma al Tesoro, de garante del orden, en el eslabón más débil de la gobernanza: incapaz de reducir el gasto, sin margen para financiar reformas y dependiente de flujos especulativos. El fin de la era del superávit, por tanto, no es sólo cíclico sino civilizacional: la transición de la prudencia a la sobreextensión, de la responsabilidad a la entropía.
4. El Espejismo del Crecimiento
Las proyecciones oficiales de crecimiento del orden del 2% anual disimulan una estagnación estructural más profunda. La productividad no se ha recuperado desde 2014 y la formación bruta de capital fijo permanece casi un 20% por debajo del nivel prepandemia. Los salarios reales están estancados, mientras que el endeudamiento de los hogares ha superado el 45% del ingreso disponible —el más alto de la región. El consumo se sostiene no por la renta sino por crédito, generando un equilibrio frágil que depende de las tasas y de la inflación importada. El sector minero, que representa casi el 60% de las exportaciones, sostiene la ilusión de vitalidad pero sigue siendo vulnerable a choques de precios externos y cuellos de botella logísticos. Bajo el barniz estadístico, la economía avanza por inercia: un país que aún se mueve, pero que ha dejado de progresar.
5. Fragilidad Financiera y Bancaria
El sistema financiero chileno continúa siendo formalmente solvente pero estructuralmente expuesto. Los bancos concentran más de un tercio de sus activos en instrumentos soberanos y cuasi-soberanos, atando su estabilidad a la credibilidad fiscal. Los fondos de pensiones (AFP), que gestionan cerca de USD 180 mil millones, están sobrerrepresentados en papel doméstico, generando una dependencia circular entre el Estado, las instituciones financieras y los ahorrantes. Un choque de confianza —político, fiscal o cambiario— podría provocar presiones simultáneas sobre depósitos, pensiones y los mercados de divisas. Si bien el Banco Central mantiene reservas considerables (en torno a USD 40 mil millones), su capacidad para sostener el peso sería limitada ante un escenario de salidas prolongadas. Lo que aparenta ser una arquitectura financiera sólida es, en verdad, una vulnerabilidad entrelazada: un silencioso “doom loop” donde la prudencia ha sido reemplazada por la exposición mutua.
6. El Realineamiento de Argentina como Onda de Choque
La elección de Javier Milei en Argentina convirtió un colapso doméstico en un temblor hemisférico. El abrupto giro desde Pekín hacia Washington redefine la geometría estratégica del Cono Sur: la liquidez china se intercambia por apoyo condicionado de EE. UU., reemplazando una dependencia por otra. Para Chile, la contagión no es solo económica sino perceptual —el sentimiento inversor ahora interpreta a la región como un solo bloque de riesgo. Aunque el comercio bilateral sigue siendo limitado (aprox. 1% de las exportaciones chilenas), la interconexión financiera a través de fondos regionales y de inversores comunes amplifica la volatilidad. Los flujos energéticos, en particular los swaps de gas y la logística transfronteriza, vuelven a estar en riesgo. El verdadero choque radica en el efecto espejo: el implosionamiento argentino expone la fragilidad de la propia narrativa chilena de prudencia, revelando dos países sostenidos por crédito, negación y confianza prestada.
7. La Inestabilidad del Perú y el Nexo Minero
La prolongada parálisis política del Perú ha debilitado tanto la confianza de los inversores como las cadenas de suministro regionales. Con seis presidentes en siete años, la gobernanza minera —crucial para cobre y litio— opera en un estado de incertidumbre permanente. Para Chile, las consecuencias son inmediatas: inversores compartidos, rutas logísticas y corredores energéticos transmiten la inestabilidad a través de los Andes. Cuando operaciones en el sur del Perú ralentizan o protestas bloquean exportaciones, los flujos especulativos se desplazan abruptamente hacia o desde activos chilenos. Empresas mineras chinas y canadienses, predominantes en ambos países, arbitran ahora entre jurisdicciones y no sólo entre naciones, reforzando una integración de riesgo de facto. El corredor minero andino se ha convertido, por tanto, en una paradoja: interdependiente económicamente pero fragmentado políticamente, una zona donde la volatilidad cruza fronteras más rápido que el comercio.
8. Ambigüedad Estratégica de Bolivia
Bolivia se encuentra en la encrucijada entre oportunidad e inestabilidad. Una vez presentada como socia potencial de un eje tri-nacional de litio con Chile y Argentina, La Paz hoy corre el riesgo de aislamiento en medio de su fragmentación interna y su realineamiento externo. La desaceleración económica del país —con crecimiento por debajo del 2% en 2024 y reservas por debajo de los USD 2 mil millones— ha reavivado divisiones internas en el MAS y debilitado su cohesión institucional. Paralelamente, las alianzas chinas en la extracción de litio, incluidas empresas como CATL y CBC, otorgan a Pekín un creciente pie en la gobernanza regional de recursos. Para Chile, el silencio frente a la deriva boliviana supone una ceguera estratégica: mientras otros aseguran tecnología e influencia, Santiago permanece paralizado por disputas regulatorias y fragmentación doméstica. El triángulo del litio, antaño símbolo de autonomía regional, se disuelve en dependencias asimétricas.
9. Seguridad, Migración y el Sustrato Económico
La inseguridad y la migración no son crisis aisladas sino síntomas de una desarticulación económica más profunda. Más de la mitad de los empleos creados desde la pandemia son informales y cerca del 40% de las personas migrantes en Chile trabaja sin contrato —evidencia de una economía incapaz de absorber su propia fuerza laboral. Los venezolanos representan hoy más de la mitad de la población nacida en el extranjero, concentrados en periferias urbanas donde la capacidad estatal es más débil. El crimen organizado se expande precisamente allí donde la disciplina fiscal y la inversión social retroceden, conformando un lazo de retroalimentación entre agotamiento económico y desorden social. Discutir seguridad sin enfrentar la estagnación es tratar la fiebre sin curar la infección. Sólo restaurando el crecimiento y la gobernabilidad creíble podrá Chile reconstruir la legitimidad necesaria para aplicar la ley y proteger sus fronteras.
10. La Erosión del Capital Político
El Gobierno chileno atraviesa una fase de autoridad menguante y confianza decreciente. La agenda reformista de la administración Boric —ambiciosa en el decir pero incoherente en la secuencia— ha alejado a mercados, clases medias y a parte de los movimientos sociales. La aprobación pública ha caído por debajo del 30%, mientras la confianza en el Congreso y los partidos se sitúa en mínimos históricos. La rigidez ideológica, combinada con la deriva fiscal, ha producido un déficit dual: material, en forma de brechas presupuestarias crecientes; y moral, en la pérdida de credibilidad que alguna vez ancló la competencia tecnocrática. A medida que el consenso se erosiona, reaparece una tentación autoritaria: la llamada al orden sin deliberación, la fuerza sin legitimidad. La salida de Marcel cristaliza este vacío: el símbolo de la experticia se retira y, en el silencio subsiguiente, comienzan a ocupar el espacio el populismo y la lógica militarista.
11. La Reconfiguración Geopolítica del Cono Sur
El Cono Sur ha entrado en un período de reordenamiento acelerado, donde la fragilidad económica y la dependencia estratégica se entrelazan. El realineamiento de Argentina hacia Washington, el giro de Bolivia hacia Pekín y la búsqueda brasileña de una multipolaridad autónoma dejan a Chile suspendido entre campos gravitacionales competitivos. Con más del 50% de sus exportaciones dirigidas a China y más del 40% de su exposición financiera vinculada a mercados occidentales, Santiago habita una bifurcación geopolítica que aún no nombra. La erosión de la coherencia del Mercosur y la inercia de la Alianza del Pacífico han reducido la coordinación regional a retórica. En ese vacío, los Andes dejan de unir para dividir: separan zonas de influencia en lugar de culturas de cooperación. Si Chile no articula una estrategia deliberada de diversificación tecnológica y diplomática, corre el riesgo de convertirse en aquello que su perfil comercial ya sugiere: un Estado proveedor de recursos sin soberanía, una voz sin eco en un hemisferio fragmentado.
12. Hacia una Política de la Verdad
La crisis que enfrenta Chile no es primordialmente económica sino ontológica: concierne la capacidad misma de la República para decirse la verdad. Durante décadas, la prosperidad ocultó asimetrías estructurales —un modelo rentista dependiente del cobre y del crédito, una democracia confinada a la procedimentalidad más que a la finalidad. El fin de esa ilusión obliga ahora a una rendición de cuentas civilizatoria. Reconstruir la nación comienza por restituir la verdad como principio político: nombrar la escasez, los límites y la responsabilidad no como debilidades sino como condiciones de posibilidad para la renovación. Una democracia que no puede hablar con la verdad se degenera en espectáculo; una economía que no mide la verdad colapsa en especulación.
Restaurar la verdad demanda tres transformaciones convergentes. Primero, una refundación fiscal —priorizar compromisos esenciales, ampliar la base tributaria y alinear el gasto con la productividad real en lugar de los ciclos electorales. La era de la negación debe dar paso a presupuestos transparentes, auditorías ciudadanas y un retorno a la planificación de largo plazo anclada en la equidad intergeneracional. Segundo, una re-legitimación institucional —reconstruir la confianza mediante la competencia, la meritocracia y una clara separación entre la dirección del Estado y la activismo partidario. El nuevo ethos público debe reemplazar la exhibición moral por la responsabilidad cívica, valorando resultados por sobre la retórica. Tercero, un reposicionamiento estratégico —recuperar la soberanía de Chile diversificando alianzas, invirtiendo en conocimiento y tecnología, y transformando la riqueza natural en inteligencia nacional más que en mera dependencia.
Este triple movimiento —fiscal, institucional y estratégico— no es tecnocrático sino moral. Requiere el coraje de admitir que el modelo ha llegado a su límite y la dignidad para diseñar uno que restaure la reciprocidad entre ciudadanos y Estado. El próximo contrato social no emergerá del estallido ni del decreto, sino de un acto colectivo de lucidez: gobernar es elegir, y elegir implica renunciar a la ilusión. El Chile real de la próxima década no se definirá por la ideología sino por el coraje de mirar de frente la realidad —asumir los límites como nueva forma de libertad. Sólo una política de la verdad podrá transformar la fragilidad en fundamento, devolviendo a Chile su brújula moral y su voz en la historia.





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