Ciclos Políticos

Introducción

¿Por qué necesitamos un Nuevo Ciclo Político? Para comprenderlo mejor, debemos estudiar los últimos ciclos que Chile ha vivido. Es imposible comprender nuestro largo y diverso país, con sus diferentes visiones y culturas que lo habitan, sin un análisis y estudio previo. Con ello, se podrá llegar a la conclusión e hipótesis más precisa, eficiente y eficaz. Diferentes autores de NCP han preparado en conjunto este estudio, desde una perspectiva política, social y económica.

Este estudio está dividido en cuatro capítulos, cada uno analizando cada ciclo de veinte años por separado. En el primer ciclo (1950-1970) exploraremos los intentos de industrialización del país. En el segundo ciclo (1970-1990) revisaremos, obviamente, la Unidad Popular y la dictadura, y las mentiras que ésta ha creado respecto a su supuesto “milagro económico”. En el tercer ciclo (1990-2010) el real crecimiento de la economía en Chile tras el retorno a la democracia, junto con el obvio incremento de derechos y calidad de vida. Y finalmente, en el cuarto ciclo (2010-2030) estudiaremos el Chile actual, comprendiendo por qué y cómo estamos en este Chile 2025, y qué se espera del próximo gobierno, encargado de cerrar este ciclo.

Ciclo 1: 1950-1970. Experimento de desarrollo

En Chile se ha sostenido de manera férrea: “Dejemos que las Instituciones funcionen” (UPI CHILE). Sin embargo, al escudriñar entre diversas fuentes, se puede vislumbrar que la institucionalidad democrática siempre ha estado al debe con las necesidades reales de la ciudadanía, ya que los mecanismos institucionales no han respondido de manera eficaz con las demandas y necesidades del ciudadano común.

“Si el mejor conocimiento del pasado puede ayudarnos a entender más claramente la realidad de nuestros problemas actuales, (…) hoy nos hallamos en situación más ventajosa para desentrañar el sentido y las tendencias de los antecedentes registrados en la historia económica»

Aníbal Pinto Santa Cruz

El sistema político que predominó en el primer ciclo de 1950 a 1970 era la Constitución Política de 1925, la cual reemplazó al antiguo régimen parlamentarista que tuvo origen en 1833. No hay modelo perfecto, sin embargo, se suponía que el cambio de principio de modelo de país ayudaría a resolver problemáticas sociales (ALESSANDRI). Esta Constitución se promulgó el 18 de septiembre del mismo año por el presidente Arturo Alessandri Palma y se sometió a plebiscito el 30 de agosto. Esta carta fundamental se dicta en un contexto de crisis del orden oligárquico parlamentario y de ascenso de los sectores medios y populares, que tuvo su manifestación durante dicho mandato (1920-1925). El 3 de septiembre de 1924, la intervención de las fuerzas armadas en la institucionalidad política, y el 12 de marzo de 1925, fecha en la que Alessandri retoma la primera magistratura luego de seis meses fuera del poder, son coyunturas históricas claves para comprender el origen del nuevo texto.

Un cuarto de siglo más tarde, quien portaba la primera magistratura del país, Gabriel González Videla, de origen radical, le tocó enfrentar una profunda inestabilidad política y social, derivada principalmente del estancamiento económico, la alta inflación y una creciente politización de la sociedad. Esta situación llevó a un descontento generalizado y a la aparición de nuevos actores y movimientos sociales que desafiaron al establishment.

En el plano político se puede establecer que hubo una fuerte crisis, donde se reconfiguró el sistema de partidos políticos. El tradicional modelo de partidos (radicales, liberales y conservadores) que dominó por años, entró en crisis. Surgieron nuevas fuerzas y alianzas, como el Frente de Acción Popular (FRAP), que agrupó a los partidos de izquierda (comunistas y socialistas), y la Democracia Cristiana, que se consolidó como una fuerza de centro. Esta fragmentación y polarización dificulta la formación de gobiernos estables y la implementación de políticas a largo plazo.

Asimismo, un ascenso del populismo, el descontento popular y la incapacidad de los partidos tradicionales para resolver los problemas económicos llevaron al regreso de Carlos Ibáñez del Campo a la presidencia en 1952. Su campaña estuvo marcada por el populismo que se simbolizaba por la «escoba» para «barrer con la corrupción«, reflejó el hartazgo de la ciudadanía con la clase política. Sin embargo, su gobierno no logró revertir la crisis económica, lo que contribuyó a una mayor desilusión. La movilización social se hizo eco en las calles y tuvo una efervescencia social sin precedentes.  Los sindicatos y las organizaciones de trabajadores se fortalecieron, destacando la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) en 1953, liderada por Clotario Blest. La CUT se convirtió en una poderosa voz del movimiento obrero, articulando hasta el día de hoy las demandas de mejores salarios y condiciones laborales. También hubo problemas de urbanización y de vivienda, ya que la migración masiva del campo a la ciudad, impulsada por la industrialización, generó un crecimiento desordenado de los centros urbanos. La falta de infraestructura y servicios básicos, sumada al déficit habitacional, dio origen a los llamados «movimientos de pobladores». Estas organizaciones de base, a menudo ligadas a la izquierda, impulsaron las tomas de terreno para exigir una solución al problema de la vivienda. Este fenómeno visibilizó la profunda desigualdad social y la incapacidad del Estado para resolver las necesidades básicas de la población más vulnerable.

En los años cincuenta y sesenta, Chile abrazó la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) inspirada por la CEPAL y Raúl Prebisch, quien defendió que la industrialización regional era compatible con la producción primaria y que, para reducir la dependencia externa, convenía orientar inversiones que disminuyeran importaciones en dólares; además, la sustitución requería aranceles y política pública activa, no “dejar la economía librada a sus propias fuerzas” (PREBISCH).

La CORFO fue el brazo ejecutor de ese impulso: artífice de planes de energía, transporte e industrias básicas desde 1939, creada justamente “para impulsar la industrialización nacional mediante la intervención del Estado” (CORFO). En ese marco, la siderúrgica de Huachipato (CAP Acero), puesta en marcha en 1950 como empresa mixta público-privada con financiamiento de EXIMBANK y apoyo de CORFO, fue considerada por el Banco Central “el hito más importante de la historia industrial de Chile” (NAZER & LLORCA-JAÑA).

Crecimiento con modernización

Tomando una perspectiva de largo plazo, el Banco Central documenta que la tasa de crecimiento del PIB parte en torno a 3% a inicios de los 50 y sube hacia 4% a principios de los 70, con recesiones moderadas en 1954 y 1959 (inflación, ajuste cambiario y misión Klein-Sacks) (FRANKEN, LE FORT & PARRADO). Sobre el final del ciclo, el programa de estabilización de Alessandri redujo transitoriamente la inflación, pero terminó en devaluación en 1962 y vuelta de controles a las importaciones, ilustrando las tensiones entre apertura y estabilidad (FRENCH-DAVIS).

En el frente productivo, la literatura histórica subraya que Huachipato y CAP redujeron importaciones de acero y ahorraron divisas, consolidando un polo industrial en el sur bajo asociación Estado-privados; en los 50, CAP llegó a ser la tercera mayor acerera latinoamericana (NAZER & LLORCA-JAÑA).

Límites estructurales

El economista Octavio Rodríguez bautizó el núcleo del problema como “heterogeneidad estructural”: la coexistencia de sectores de alta y baja productividad que reproduce desigualdad y subempleo en las economías periféricas (RODRÍGUEZ). En la misma clave, Albert O. Hirschman planteó que el desarrollo ocurre mediante “crecimiento desequilibrado” y encadenamientos que el Estado debe orquestar deliberadamente, más que esperar un equilibrio espontáneo (GUALERZI).

CONCLUSIÓN

Entre 1950 y 1970, Chile modernizó su base productiva (energía, siderurgia, transporte), diversificó respecto del cobre y creó empleos urbanos bajo un Estado emprendedor que movilizó capital público y privado. Huachipato simboliza esa alianza. Pero el período también dejó lecciones: inflación crónica y vulnerabilidad externa exigían una macro más sólida; y la heterogeneidad estructural limitó la distribución de los frutos del crecimiento. El Estado desarrollista fue la arquitectura que puso a Chile en la senda de la modernidad —con empresas mixtas, banca de desarrollo y política industrial— pero mostró que sin estabilidad macro y políticas que cierren brechas de productividad, el impulso no se sostiene.

¿Qué proyecto llegó con la intención de dar las respuestas a este contexto? Lo veremos en el próximo capítulo.

Bibliografía

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Ciclo 2: 1970-1990. UP y dictadura militar

La historia no juzga dichos, sino hechos. Con esta premisa comenzaremos nuestro análisis del segundo ciclo político y social. Empero, no podemos obviar el contexto global de aquella época, la denominada “Guerra Fría”. Una de las principales características de este conflicto diplomático fue el uso escaso de armamentos para enfrentarse entre bandos enemigos. Los elementos que predominaron durante este periodo fueron: los recursos económicos, alianzas ideológicas y herramientas comunicacionales persuasivas (BCN). Existieron dos corrientes ideológicas las cuales se enfrentaron principalmente por la implementación de su respectivo sistema económico. Había quienes abogaban por un excesivo libre mercado sin mayores regulaciones del Estado (Capitalismo) y, por el otro, se sostenía que el Estado debía tener el control total de los medios de producción (Socialismo). Por supuesto, Chile no era ajeno a esta realidad, ya que el contexto histórico se radicalizó con la llegada del presidente Salvador Allende (BCN).

Diferentes historiadores sostienen que Allende causó un antes y un después dentro de la política chilena. Su elección en el ‘70 marcó el inicio de una etapa de profundas transformaciones que, en lugar de resolver problemas ocasionaron que se la sociedad chilena se tensionara aún más. La sociedad se dividió en dos bandos al igual que el resto del mundo: habían “chilenos de verdad” y “falsos chilenos”. Allende buscó construir el socialismo por la vía democrática, no obstante, la oposición de derecha y centro (Partido Nacional y un sector de la Democracia Cristiana) que percibieron que el programa de la Unidad Popular amenazó a la propiedad privada y a las instituciones democráticas. El diálogo se hizo imposible y la política se volvió un campo de batalla (UChile).

La economía chilena colapsó. La inflación se disparó a niveles históricos, el desabastecimiento de productos básicos se generalizó y el mercado negro proliferó. Esto fue el resultado de una combinación de factores: una política económica expansiva del gobierno, la nacionalización de empresas sin una gestión adecuada, la fuga de capitales y un bloqueo económico de Estados Unidos (PAUL).

Si bien Allende fue un excelente orador y poseía una amplia trayectoria dentro de la política, no pudo contener la crisis institucional de la época. Todo esto provocó que una parte de los partidos políticos se inclinara junto con la oposición a gestar un Estado de sedición contra aquel gobierno. Tan solo días antes del golpe de Estado, Patricio Aylwin declaraba que si le dieran a elegir entre “una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda” (RR; GONZÁLEZ).

El Golpe de Estado y la Dictadura Militar (1973-1980)

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 puso fin al gobierno de Allende y marcó el inicio de la dictadura de Augusto Pinochet, la cual generó una nueva y más brutal serie de problemas. La principal característica del régimen fue la represión política. El Estado utilizó la fuerza para eliminar toda oposición. Miles de personas fueron detenidas, torturadas, desaparecidas o asesinadas. Se establecieron centros de detención y tortura en todo el país, como Villa Grimaldi y el Estadio Nacional (FUENTES). Todo esto se maquinó a través de un plan denominado “Operación Cóndor”, que tuvo por objeto instalar dictaduras militares en gran parte de Latinoamérica. La dictadura de Pinochet desmanteló la institucionalidad democrática, disolvió el Congreso Nacional, se proscribieron los partidos políticos y se prohibió toda actividad política. Se gobernó a través de decretos-leyes, sin contrapeso ni legitimidad democrática. Los jueces perdieron su autonomía y la prensa fue censurada o cerrada (VALLADARES). Tanto es así que miles chilenos fueron exiliados, entre ellos el actual candidato presidencial, Marco Enríquez-Ominami, quien tuvo que exiliarse en Francia junto a su madre. Su padre, Miguel Enríquez, fue asesinado por los militares. Su padrastro, Carlos Ominami, fue también torturado (ARAYA; GÓMEZ). La dictadura creó un mito que perdura en la derecha hasta el día de hoy: que independientemente de la innegable y evidenciada violación a los derechos humanos, el régimen logró crear un “milagro económico” para el país. A continuación, refutamos esta falacia.

Con Salvador Allende (UP) Chile intentó una transformación profunda por la vía democrática: nacionalización del cobre (aprobada por unanimidad el 11 de julio de 1971), expansión del Estado en banca e industria y fuerte impulso al salario real y al gasto social. La nacionalización —culminación de un proceso iniciado antes— quedó establecida mediante enmienda constitucional y ley posterior; autores y analistas recientes confirman su carácter soberano y su desempeño de largo plazo bajo gestión estatal (EDWARDS).

El programa enfrentó cuellos de botella: inflación alta y pérdida de reservas, además de polarización y bloqueo político/económico; ya en 1972 la inflación superó tres dígitos y la economía entró en severas tensiones, como documentan series del Banco Central y análisis de la época (BELAISCH & SOTO; STALLING).

Tras el golpe de 1973, el régimen militar aplicó un paquete de liberalización “de shock”: caída drástica y uniformización de aranceles, apertura financiera, desregulación y privatizaciones. La evidencia de organismos y academia coincide en la rápida reducción arancelaria a 10% hacia 1979 (con aumentos transitorios en los 80) y desmantelamiento de controles cuantitativos (MENDELOWITZ; BEYER, ROJAS & VERGARA; STALLING).

Privatizaciones

Estudios clásicos y bases de datos muestran la magnitud: más de quinientas firmas privatizadas entre 1974 y 1992, en dos oleadas (70s y 1985–89); parte de lo vendido en los 70 volvió al Estado con la crisis de 1982 y luego se re-privatizó (EDWARDS; LÜDERS). Investigación reciente documenta además cómo estas ventas reconfiguraron grupos empresariales y élites económicas (VARIOS AUTORES).

Crisis 1975 y 1982.

La terapia de shock y la apertura financiera derivaron en dos recesiones profundas: en 1975 se desplomaron PIB e industria y el desempleo rondó 20%; en 1982–83 el PIB cayó al rededor del 14% y el desempleo rozó entre un 20 y un 24% (siendo mayor en provincias), forzando un rescate bancario y fuerte intervención estatal (costos fiscales cercanos a decenas de puntos del PIB, según el propio Banco Central) (BETANCOUR, DE GREGORIO & JARA). La cronología oficial del Banco Central subraya el rol de sobreendeudamiento en dólares y colapso financiero.

Pobreza y distribución. 

La primera medición oficial (CASEN 1987) registró 45,8% de pobreza; estudios posteriores sitúan allí el “piso” desde el cual cae en los ‘90 con crecimiento alto y políticas sociales (LARRAÑAGA; SABTIBAÑEZ). En distribución, las nuevas series de “top incomes” muestran alzas extraordinarias en la participación del 1% más rico desde mediados de los 70/80s (dependiendo de la metodología de utilidades retenidas), corrigiendo sub-registro en encuestas y explicando por qué la desigualdad medida por encuestas subestimaba la concentración (VARIOS AUTORES).

Ajuste de mediados de los 80 y rebote.

Con el plan de 1985 de Büchi, la economía se estabiliza y vuelve a crecer, consolidando un modelo exportador (cobre, forestal, agro, salmón), pero con desigualdad alta y un sector financiero rearmado bajo fuerte supervisión tras los rescates (VELASCO).

Conclusión

La UP probó que el Estado sí puede movilizar recursos estratégicos (con el ejemplo del cobre) y empujar salarios y protección social, pero el programa se hizo inviable por carecer de estabilizadores macro y tener un fuerte bloqueo político. La dictadura impuso un Estado mínimo y mercado total: liberalizó y privatizó a escala inédita, pero pagó con dos crisis severas, rescates bancarios y pico de pobreza en 1987; además, se concentró el ingreso en la cúspide. El supuesto “milagro económico” fue volátil y socialmente costoso: exportaciones crecieron, sí, pero con crisis en 1975 y 1982, 45,8% de pobreza (1987) y fuerte concentración de la riqueza en el 1%. La lección para el presente: ni Estado omnipresente sin macro, ni Estado mínimo sin protección; Chile necesita Estado fuerte con inversión privada y reglas prudenciales. El tipo de arquitectura que proponemos para cerrar el ciclo 2010–2030.

Pero nuestro análisis no está concluido. La dictadura finalizó oficialmente en 1990. Después de ello, con el retorno a la democracia, el panorama país cambió muchísimo (aunque el modelo se mantuvo por Constitución). En el próximo capítulo estudiaremos al respecto.

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Ciclo 3: 1990-2010. Retorno de la democracia

Para analizar este ciclo político y social nuevamente debemos contextualizar desde lo global hacia lo local ¿Qué pasó en el año 89? La caída del Muro de Berlín, el símbolo de la Guerra Fría en occidente y el penúltimo del mundo. Solo la división de Corea (en Norte y Sur) prevalece hasta la fecha. Otro hito interesante de la época es la llegada de la tercera vía impulsada por el presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, el cual abogó por una especie de mixtura entre el socialismo y libre mercado, lo que en la actualidad se conoce como socialdemocracia. Así, la URSS se disuelve finalmente y Estados Unidos es coronado vencedor del conflicto.

Chile no fue ajeno a estos antecedentes globales, dado que con la imposición del sistema capitalista como eje central y consolidado con la Constitución escrita en dictadura, dio paso a que el modelo neoliberal se inmortalizara más allá de la prolongación del régimen. El gran miedo de los Estados Unidos era el resurgimiento del fantasma socialista, y para sepultar cualquier vestigio de este se invirtieron sumas millonarias para el plebiscito del ‘88 con el fin de cerrar la etapa oscura de la dictadura.

Sin embargo, a pesar de los resultados abrumadores que obtuvo la opción ganadora (No), el escenario político dio origen a un pacto forzoso que tuvo que hacer la oposición contra el régimen de Pinochet para dar paso al retorno a la democracia. La frase que más se escuchó durante este periodo fue: “en la medida lo posible” (MOULIAN). Esto significó tener una democracia incompleta o «protegida», debido a los enclaves autoritarios dejados por la mencionada Constitución.

Asimismo, los gobiernos democráticos de la época siempre estuvieron limitados por los cerrojos que el modelo de principio de país tenía desde sus bases. Por un lado, existían los senadores que no eran electos, sino designados por Pinochet o las Fuerzas Armadas, lo que le otorgaba a la derecha una minoría de bloqueo (VALENZUELA; DÍAZ & ANDRADES).

Por otra parte, estaba el sistema Electoral Binominal: Este sistema favorecía a las dos coaliciones más grandes (la Concertación y la Alianza), asegurando que la minoría (la Alianza de derecha) obtuviera casi la mitad de los escaños, lo que dificultaba cambios constitucionales profundos (ORELLANA). Empero, la Democracia Cristiana se aseguró el mandato del país durante el primer decenio del retorno a la democracia, a pesar de ellos haber pedido directa o indirectamente la dictadura (CÁDIZ; VERA).

En 1990, Patricio Aylwin asumió como presidente tras el fin de la dictadura, con el desafío de reconciliar política, justicia y crecimiento económico. Durante su gobierno se aprobó una reforma tributaria que aumentó ingresos fiscales en ~15 %, lo que permitió expandir gasto social, salud, educación y vivienda. El gasto social pasó de ~9,9 % a 11,7 % del PIB entre 1990 y 1993. Durante la década de los 90, el crecimiento per cápita fue alto: entre 1990 y 1998, el PIB real per cápita creció a una tasa promedio de 5,6 % anual (ANINAT).

En el período 1991-2005, el crecimiento del PIB per cápita se mantuvo sólido: alrededor de 4,1 % anual de media (SCHMIDT-HEBBEL). La apertura comercial, integración en tratados internacionales y fortalecimiento del mercado de capitales avanzaron con fuerza. La reforma del sistema de pensiones, la profundización del mercado financiero y la estabilidad macro se convirtieron en pilares.

Reducción de pobreza y evolución de desigualdad

En paralelo al crecimiento, Chile logró reducir la pobreza de manera notable en la década de los ‘90. Diversos estudios destacan que el crecimiento económico y gasto social combinado fueron fundamentales (ANINAT; SOLIMANO; HOURTON). En cuanto a desigualdad, la tendencia muestra un aumento en los años 90 seguido de una caída después del 2000. Diversos analistas reportan que el índice 80/20 sube de 1990 a 2000 y luego desciende entre 2000 y 2011 (PARRO & REYES).

Otros estudios señalan que las transferencias monetarias focalizadas contribuyeron a reducir la desigualdad después de impuestos y subsidios (HOURTON). El índice de Gini, según datos del Banco Mundial, muestra fluctuar pero con tendencia a leve mejora en los 2000s (WBG; VARIOS AUTORES).

Límites y tensiones

Aunque Chile creció y avanzó, los beneficios no se repartieron homogéneamente. Permanecieron brechas de ingreso, de movilidad social y zonas marginadas con menos acceso a servicios. Algunos sectores quedaron al margen: informalidad laboral, disparidades regionales y dependencia de las exportaciones de materias primas (principalmente cobre). En el ámbito de servicios públicos, el sector agua y saneamiento sufrió tensiones: en 1988–1998 se promovió la corporatización y concesiones regionales, incrementando tarifas y mejorando eficiencia, pero generando dilemas de equidad y acceso. También, la economía chilena comenzó a mostrar vulnerabilidades a choques externos (crisis asiática 1997, crisis internacionales) (VARIOS AUTORES).

Conclusión

Este ciclo marcó la consolidación del “modelo chileno”: crecimiento elevado, apertura internacional, reducción sustancial de pobreza y modernización institucional. Pero los avances vinieron con costos: desigualdad persistente y estructuras (regionales, laborales, sociales) que quedaron sin transformación profunda. Durante esos años, el Estado demostró que puede mantener disciplina macroeconómica y al mismo tiempo promover políticas sociales — no fue un “Estado mínimo” puro, sino un Estado que quiso ser eficiente y redistributivo dentro de un modelo liberal. Pero ese equilibrio nunca fue perfecto.

En 1990-2010 Chile demostró que se puede crecer rápido sin romper el Estado, que la apertura y el desarrollo social no son incompatibles, pero también reveló que el éxito no es automático ni sin riesgos: el modelo requiere reformas profundas desde el Estado para corregir desigualdades persistentes.

Y así es como llegamos al ciclo en que nos encontramos actualmente. ¿Cuáles son sus características? ¿cuál es el Chile actual? Lo veremos en el próximo y último capítulo.

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Ciclo 4: 2010-2030. 2025, puertas del cierre

No eran 30 pesos, eran 30 años”, frase que ha resonado bastante en el último periodo y que diversos autores han intentado explicar; sin embargo, como los hechos aún son muy recientes todavía hay que seguir escudriñando para interpretar mejor. (RIVERA) No obstante, hay antecedentes sobre la mesa que nos ayudarán a dilucidar este cuarto ciclo político y social que por estos días sigue con nudos críticos y sin poder destrabarse.

A pesar de la estabilidad económica y de las vigorosas cifras macroeconómicas que se dieron durante los gobiernos de la ex Concertación, al mismo tiempo se tejía un manto de desigualdad, impunidad y desafección con la mal llamada “clase política”. Una de las primeras alertas que entregó la ciudadanía fue en la época de la administración de la presidente Michelle Bachelet, la cual estuvo protagonizada por los estudiantes secundarios. La “Revolución Pingüina» (2006) es un hito relevante, ya que fue una gran movilización social después de la dictadura de Pinochet. ¿Qué exigieron los estudiantes en aquel entonces? Una reforma a la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), heredada por el régimen. Esta movilización puso en la agenda nacional la crítica al modelo educativo y al lucro en la educación (CARRILLO). Asimismo, los problemas sociales se acrecentaron, aunque la pobreza continuó reduciéndose, el acceso a servicios básicos (salud, educación, pensiones) dependía fuertemente de los ingresos, generando un profundo malestar.

Llegamos al 2010 y pese a que todo hacía ver que el candidato de la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, retornaría al sillón de O’Higgins, tuvo la desdicha de haber perdido en el balotaje con el candidato de la centro derecha, Sebastián Piñera, el cual se transformó en el primer presidente de oposición en portar la primera magistratura del país post- dictadura.

Uno de los datos que hizo que Frei perdiera es la desgastada retórica del “Jaguar de Latinoamérica”, el cual unificó la restauración democrática de Chile, puesto que el concepto “jaguar” logró que el país se sintiera con mayor estabilidad social y política, porque hizo que se viera expansión y apertura al resto del mundo (CONTRERAS; MOSCOSO & PAREDES).

Otro antecedente fue la nueva corriente política que surgió a raíz de la escasa articulación de los partidos del status quo. En ese entonces proliferó un candidato disruptivo que obtuvo la tercera mayoría de votos: Marco Enríquez-Ominami. Por otro lado, se pensó que la derecha lograría que el escenario político y social estuviera ponderado; sin embargo, solo se agudizó con el correr del tiempo. De nada sirvieron los eventos catastróficos como el devastador terremoto o el accidente de los 33 mineros de la mina San José.

Al presidente Piñera se le vinieron grandes movilizaciones sociales como, por ejemplo, la “Movilización Estudiantil” (2011), también llamada “segunda revolución pingüina”, la cual se originó por los estudiantes universitarios y secundarios quienes exigieron educación pública y gratuita. El foco estuvo nuevamente puesto en las desigualdades, en el derecho a la educación y a sus mecanismos de financiación. Pese a ello, se hicieron mesas de trabajos para destrabar el conflicto, y si bien se logró apaciguar esto, fue solo un tiempo limitado. Algunos autores de la época hablaron del derrumbe del modelo, el cual explicó en profundidad las problemáticas que aquejaban a gran parte de la ciudadanía (MARAMBIO).

El ciclo 2010 al 2025 contempla un relevo en bucle del Poder Ejecutivo, pero al mismo tiempo se vislumbra un debilitamiento de las coaliciones gobernantes. Se produjo una alternancia constante de gobiernos: Sebastián Piñera y Michelle Bachelet tienen dos mandatos intermitentes cada uno antes de asumir Gabriel Boric. La Concertación (renombrada como Nueva Mayoría) y la Alianza (renombrada como Chile Vamos) perdieron su hegemonía. Se generó una Reforma al Sistema Binominal (2015), se reemplazó el sistema electoral binominal por uno proporcional inclusivo, lo que permitió el surgimiento de nuevos partidos y una mayor fragmentación del Congreso, haciendo mucho más difícil la gobernabilidad y la formación de mayorías. Todo lo anterior da como resultado una gran crisis de representación: La ciudadanía manifiesta una profunda desconfianza en los partidos políticos, el Congreso y las instituciones tradicionales. Existe un bajo nivel de aprobación de los gobiernos,y los  casos de corrupción política y empresarial han erosionado aún más la legitimidad de la élite.

En síntesis, este ciclo se caracteriza por una profunda inestabilidad política y social, por el quiebre del modelo de consenso heredado de la Transición y el estallido de un malestar social masivo ante la desigualdad. Este lapso se divide en dos momentos claves: El auge de la protesta social y el posterior intento de cambio de constitución política.

En la primera mitad del ciclo, Chile combinó crecimiento con reducción de pobreza, pero con desigualdad todavía alta y una economía dependiente de materias primas. Entre 1991 y mediados de los 2000 el PIB per cápita había sostenido ritmos elevados; el arranque de los 2010 continuó esa inercia, pero ya con productividad estancada y brechas persistentes (WBG).

Tras la creación de grandes tratados comerciales con China bajo el gobierno del Presidente Ricardo Lagos Escobar (2000-2006), China pasó de representar un porcentaje marginal de las exportaciones latinoamericanas hacia principios de los 2000 (≈1.7 %) a captar cerca del 9 % del total regional en la primera década del siglo (PERROTTI). Los vínculos que Lagos dio a Chile lograron que el país no fuera ajeno a este fenómeno regional.

La crisis financiera global de 2008—2009 fue un punto de quiebre estructural. En Chile se registró una desaceleración marcada de la actividad, condiciones de crédito más restrictivas e impactos transversales en inversión y consumo (VARIOS AUTORES). Aunque Chile no sufrió un colapso económico tan extremo como algunos países avanzados, la crisis funcionó como “alerta” sobre vulnerabilidades acumuladas, especialmente las vinculadas a la dependencia externa y los mercados financieros globales. Los precios de los commodities — especialmente del cobre — experimentaron oscilaciones pronunciadas después del auge de 2003–2014. Esa caída de precios presionó las finanzas públicas, la inversión privada y la capacidad de crecimiento estructural (VARIOS AUTORES). Pero llegaron nuevas crisis locales y globales que influyeron en la economía chilena de manera dramática.

La crisis social de 2019, llamada popularmente “estallido social”, marcó el punto de quiebre: reveló malestares acumulados (pensiones, salud, transporte, mercado laboral) y expuso la fragilidad de la legitimidad del modelo, abriendo un proceso político inédito. Investigaciones posteriores muestran el doble impacto sobre actividad y consumo cuando, pocos meses después, golpeó la pandemia (ECON).

Pandemia, retiros y shock inflacionario

La respuesta a la pandemia mezcló apoyo fiscal y tres retiros de fondos de pensiones. Solo hasta fines de 2021, se retiraron un total de ~US$55,8 mil millones (US$20,3 + 19,2 + 16,3 mil millones), con efectos de corto plazo sobre consumo, pero también menor profundidad financiera y mayores vulnerabilidades para el sistema de capitales, como luego detalla el FMI (MADEIRA; OKUDA).

Esa expansión de la demanda —sumada al shock global de costos— desembocó en la inflación más alta en décadas, con un peak de 14,1% en agosto de 2022; el Banco Central reaccionó con un ciclo contractivo y luego normalizó gradualmente. Al mismo tiempo, el peso tocó máximos históricos de depreciación en julio de 2022 (USD/CLP > 1.050) (GONZALEZ).

Desinflación con crecimiento modesto y capacidades mermadas

Para 2024–2025, la inflación converge al 4–5% y la TPM vuelve al entorno de 5%, pero el crecimiento tendencial luce bajo (1,5–2,5%) y persisten riesgos externos. Reportes del FMI subrayan que levantar el crecimiento potencial es “imperativo” para sostener bienestar y cuentas públicas; Reuters/INE documentan la desinflación y un tipo de cambio todavía elevado (REUTERS; FMI).

En paralelo, las finanzas públicas y parafiscales quedaron más tensas: el FEES operó como amortiguador pero con saldos muy por debajo de su potencial histórico; el informe 1T-2024 muestra retiros y rentabilidad moderada, reflejando que no contamos hoy con un “escudo” fiscal-financiero robusto (HACIENDA). El FMI y el propio Banco Central también advierten que, tras los retiros, se redujo la profundidad del mercado de capitales y aumentó la sensibilidad a shocks; traducido: más volatilidad cambiaria, mayor costo de financiamiento y menos crédito de largo plazo (OKUDA; FMI).

El “dato ignorado”: la salida de capitales y la arquitectura ausente

Un ángulo que muchos pasan por alto: desde 2019 se agravó la salida neta de capitales y la economía quedó sin filtros prudenciales para amortiguar booms & busts financieros. Nuestros fondos soberanos y las reglas de flujos no fueron diseñados para shocks simultáneos (estallido + pandemia + retiros + términos de intercambio), y eso nos dejó sin “puentes” entre ahorro externo y crédito interno. (FMI).

El próximo gobierno cerrará este ciclo

El cierre 2010–2030 exige estabilizar, recomponer profundidad financiera y reactivar inversión productiva. Aquí es donde el programa de Marco Enríquez-Ominami —con su Arquitectura Soberana y el SDM— ofrece un cierre superior y técnicamente defendible, porque responde justo a los huecos expuestos por este ciclo:

  • Gestión de flujos con encaje moderno: depósito del 25% por 5 años con liberación gradual; es prudencial, basado en reglas y alineado con la Visión Institucional del FMI (2022). Objetivo: filtrar capital golondrina, estabilizar el peso y reconstruir reservas.
  • FEES 2.0 (tres compartimentos): Ventana de estabilización; Fondo Soberano Mineral (FSM) con reglas de depósito y ventana de desarrollo verde; y Fondo de Flujos de Capital para canalizar ahorro hacia crédito local. Resultado: escudo fiscal-financiero que hoy no tenemos.
  • PSIM (seguro catastrófico de pensiones vía PSBs): securitiza riesgos sistémicos previsionales, gatilla aportes automáticos ante shocks (ej. caídas >20% o NIIP < –25% PIB), evitando retiros improvisados y protegiendo hogares.
  • Perímetro estratégico/antidepredación: revisión de IED y acciones doradas en sectores críticos, en línea con UE/Alemania/Australia; cuida control nacional en crisis.
  • SDM — Development Reserve Certificates (DRCs): sobre flujos > US$10M, 30% se convierte en DRC por 5 años; el DRC se puede pignorar en la banca para crédito en pesos a menor spread, con cesta en USD/EUR/JPY/CNY para resguardar valor y registro único AML/KYC. Resultado: profundidad financiera + inversión estable.

Proyección cuantitativa (del propio diseño técnico): a 2030, un stock ~US$4,6 mil millones en DRCs habilita ~US$4,1 mil millones en crédito seguro y >US$10 mil millones/año en inversión con multiplicador 2,5x; además, 1/3 de la rentabilidad del pool financia un Fondo Nacional de Desarrollo (PPPs/clima).

Conclusión

2010–2030 deja una lección nítida: sin arquitectura prudencial y sin un escudo soberano, los shocks se pagan con inflación, tipo de cambio volátil, caída de profundidad financiera y crecimiento bajo. El cierre correcto requiere Estado fuerte con inversión privada, reglas claras pro-mercado pero no ingenuas, y un sistema que convierta flujos externos en crédito productivo y estabilidad.

Eso es exactamente lo que proponen Enríquez-Ominami y su think tank “Nuevo Ciclo”: Arquitectura Soberana, estabilización, recomponer la banca, proteger pensiones y financiar la reindustrialización verde. Entregar 2030 ordenado y abrir el próximo ciclo con más crecimiento potencial y menos desigualdad.

Te invitamos a leer nuestro Programa de Gobierno, y visitar NuevoCicloPolitico.cl para construir el nuevo ciclo contigo.

Bibliografía

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