El algoritmo neofascista y el marketing de las emociones

Oct 9, 2025 | Columna de Opinión | 0 Comentarios

La postmodernidad es el nombre que se le da a la decadencia de la era moderna. Algunos le llaman “la era de las comunicaciones”. Y es que hoy casi toda persona lleva en su bolsillo un aparato que es cien mil veces más poderoso que la computadora utilizada para enviar al primer hombre a la luna. Cualquier persona con acceso a celular e internet puede convertirse en un creador de contenido y un potencial “influencer”, si es que logra tener buena recepción. El algoritmo de la aplicación utilizada se encargará de conectar a este nuevo comunicador con su audiencia objetivo, pudiendo crearse toda una comunidad de followers.

Esto no es siempre tan maravilloso como suena, y no tiene necesariamente resultados productivos. De nada sirve estar en contacto con el mundo y debatir ideas sin tener los conocimientos ni base académicas mínimas para ello. Por esa misma razón, no es sorpresa que cada día aparezca un nuevo terraplanista, una persona que asegure que el timerosal de las vacunas contra la influenza le provocó autismo a su hijo o que la Familia Real Británica y el gobierno de los Estados Unidos están repletos de lagartos antropomorfos.  No importa qué tan ridículo pueda sonar todo ello: hay quienes lo creen y difunden urbi et orbi.

Las teorías de la conspiración van más allá de historias de realismo mágico y ciencia ficción extrema. Pueden tocar la política, y mezclando verdades con fantasías, logran engañar a más de un incauto. Como ya vimos en la columna “Miente, que algo queda”, la mentira es parte de la estrategia de la extrema derecha desde tiempos de Goebbels hasta hoy. Como bien señalan Bolane Olaniran e Indi Williams en su estudio sobre los efectos de las redes sociales, la democracia es secuestrada desde las redes. Y es que para poder comprender este estudio, debemos comenzar por aceptar un hecho: la extrema derecha sabe muy bien cómo comunicar, y lo ha hecho mejor que la izquierda. Si el propagandista, militante o intelectual de izquierda puede leer estas líneas aceptando este hecho con autocrítica, podremos avanzar y llegar a una solución.

Los arquitectos del algoritmo: el marketing del odio

La guerra contra la desinformación ya está perdida. No porque falten hechos, sino porque sobran emociones
~Nina Jankowicz

La derrota cultural frente a la mentira no ocurrió en los parlamentos ni en los medios, sino en los algoritmos. Las fake news dejaron de ser una excepción: son el lenguaje dominante del nuevo orden político. El ascenso global de la ultraderecha no puede comprenderse sin analizar su extraordinaria capacidad comunicacional. Cada uno de sus líderes —Trump, Bolsonaro, Milei, Abascal, Kast o Kaiser— no solo representa un proyecto político, sino un modelo de marketing emocional. En la era de la hiperconectividad, los fascismos del siglo XXI ya no necesitan tanques, censura, saludos romanos ni bigotes de cepillo: necesitan branding, hashtags y discursos diseñados para el algoritmo.

1- Make America Great Again: la nostalgia como producto

Make America Great Again
~Eslogan de campaña de Donald Trump

Donald Trump fue el pionero del fascismo postmoderno. Convirtió la nostalgia en mercancía y el resentimiento en espectáculo. Su lema, Make America Great Again, no era una propuesta política sino un producto de marketing: vendía una sensación de pérdida y la promesa de redención. El mensaje era emocionalmente perfecto —una utopía hacia atrás. “Volvamos a ser el país grande que alguna vez fuimos”.

Su maquinaria ideológica fue articulada por Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, quien convirtió las redes sociales en un campo de adoctrinamiento juvenil. Kirk comprendió que los memes reemplazaron a los panfletos y que un influencer vale más que cien militantes. Su modelo consistía en transformar la política en una franquicia cultural: Trump era la marca madre y miles de jóvenes “patriotas digitales” los distribuidores. La estrategia era perfecta: si secuestras la palabra “patriota”, cualquiera que no esté contigo se convierte en “enemigo de la Patria”. Y la palabra “patria”, resignificada bajo esta lógica, no describe una comunidad, sino una frontera emocional. No importa de qué país seas, este discurso ya lo has escuchado.

Como explica Cas Mudde, el populismo radical de derecha se legitima no tanto por ideas, sino por identidades. Y en la era Trump, la identidad era simple: americano, blanco, traicionado. El enemigo, en cambio, era difuso y omnipresente: los medios, los inmigrantes, los globalistas, los woke. El resultado fue un movimiento que trascendió la política: una religión de la nostalgia. Y la nostalgia viene en muchas formas. Los seguidores de Trump que salieron a marchar no llevaban solo banderas patrias evocando la era industrial de la prosperidad estadounidense; también ondeaban banderas confederadas, las mismas que en el siglo XIX defendieron la esclavitud. En ese detalle se condensa la paradoja del trumpismo: quienes dicen luchar por la “libertad” en realidad anhelan la restauración de sus privilegios perdidos.

Charlie Kirk: el misionero digital

Charlie Kirk no fue un simple estratega comunicacional. Fue el arquitecto de una cruzada moral que logró cristianizar a buena parte de la juventud republicana. Su organización, Turning Point USA, ofrecía becas, conferencias y entrenamiento político para jóvenes universitarios bajo una premisa teológica y neoliberal: “Dios, armas y mercado libre”. Convirtió el evangelio en ideología y la fe en identidad de consumo. Su éxito radicó en dar a los jóvenes conservadores una narrativa heroica: sentirse perseguidos por el “progresismo” y salvadores de la civilización occidental. Bajo su influencia, el trumpismo se transformó en un movimiento casi religioso, donde la política se predicaba con versículos bíblicos y gráficos de Twitter.

Empero, por ironías del destino, Kirk terminó siendo víctima del mismo sistema emocional que ayudó a construir. En 2025 fue asesinado por un joven mormón blanco, también de derechas, y que su familia poseía legalmente el arma homicida. La tragedia ocurrió mientras Kirk participaba en un acto público en el preciso instante en que defendía el derecho irrestricto a portar armas. Tan solo dos años antes, él mismo defendió públicamente que algunas muertes por armas son “un precio a pagar” por la Segunda Enmienda. Después de su asesinato, estas palabras fueron citadas en redes sociales por sus detractores. Los miembros de Turning Point pidieron tener más empatía con la viuda de Kirk y lo delicada que era la situación. Los usuarios volvieron a citar al propio Kirk, quien despreció la empatía como un “término new age inventado”.

El asesinato de Kirk simboliza el colapso ético del trumpismo: un movimiento que glorificó la violencia hasta convertirse en víctima de ella. Su personalidad en las redes se basó en la cultura digital y el lenguaje meme. Así también, su supuesto asesino, Tyler Robinson, decoró sus balas con memes populares de internet y la comunidad gamer. Así es como el lenguaje digital toma forma física para interactuar con nuestro plano material.

El éxito comunicacional de la propaganda estadounidense fue tal que en Chile una diputada de la república junto a su marido (candidato al mismo cargo) se grababan bailando YMCA con su gorra de MAGA para celebrar la victoria de Donald Trump. Así también, un candidato a la presidencia de la república llegó al primer debate presidencial portando una corbata con la declaración de independencia de los Estados Unidos. Y también, cómo no, parlamentarios pidieron un minuto de silencio en el Congreso chileno por Charlie Kirk, y no por una activista mapuche que se reportó asesinada. Sí, grandes patriotas, solo que en la patria equivocada.

El trumpismo ha sido, en última instancia, una marca de fe: una mezcla de patriotismo nostálgico, moral religiosa y capitalismo de la emoción. Su legado no es solo político, sino comunicacional. Y esta fórmula —nacionalismo como redención, enemigo como excusa, emoción como verdad— es la que han replicado Bolsonaro, Milei, Abascal y Kast con éxito devastador.

2- Brasil acima de tudo: la fe como ideología

“Brasil acima de tudo, Deus acima de todos”
~Lema de campaña de Jair Bolsonaro

Bolsonaro no vendió políticas públicas: vendió redención. Su marca fusionó moralismo religioso y nostalgia militar, envuelta en una narrativa apocalíptica: Brasil estaba “corrompido” y solo un retorno al orden —Dios, familia, autoridad— podía salvarlo. El lema no era casual: “Brasil acima de tudo” viene de la propia tradición castrense de la dictadura (paracaidistas de la Centelha Nativista en los años 60), y “Deus acima de todos” colocaba a la política (y a Bolsonaro mismo) bajo un manto sagrado.

El canal de distribución fue WhatsApp. En 2018, las cadenas religiosas y apocalípticas convirtieron grupos de familia e iglesia en auténticas centralitas de propaganda: desde el bulo del “kit gay” y la “mamadeira de piroca” hasta montajes sobre adoctrinamiento escolar, la desinformación circuló a escala industrial. La OEA calificó ese uso de redes cerradas para manipular al electorado como “quizá sin precedentes”. Estudios del Oxford Internet Institute y análisis periodísticos mostraron cómo WhatsApp favoreció la difusión de contenidos pro-Bolsonaro y desinformativos. 

Detrás del “milagro” hubo sociología religiosa: la ola evangélica —hoy cerca de 27% de la población según el censo 2022 del IBGE— brindó infraestructura organizativa (templos, pastores, medios propios) y un voto por identidad más que por programa. Ese bloque se volvió decisivo en la derecha brasileña y ancló el bolsonarismo en claves de guerra cultural. El resultado fue menos un plan de gobierno que un culto digital: obediencia moral presentada como patriotismo, emoción por encima de datos, cadenas privadas inmunes al escrutinio público. Investigaciones de David Nemer y otros muestran cómo WhatsApp sirvió para diseminar mentiras con apariencia de conversación íntima, reforzando pertenencias y miedos en comunidades religiosas. La fe se volvió formato de marketing: pertenecer, compartir, reenviar. La estrategia Trump-Kirk, reforzada en mensajes con los dos vistos.

Spoiler: Bolsonaro termina condenado a 27 años por intento de golpe para retornar al poder.

3- Javier Milei: la ira como entretenimiento

“Viva la libertad, carajo”

~Lema de campaña de Javier Milei

Si Trump comercializó la nostalgia y Bolsonaro la fe, Milei convirtió la ira en entretenimiento. Su discurso no se concibe como debate político, sino como performance: una mezcla de stand-up y mitin libertario donde cada grito, insulto y meme está calculado para provocar viralización.

El show anarcocapitalista argentino fue moldeado por Agustín Laje y Emanuel Dannan, propagandistas digitales que desde 2016 vienen articulando un ecosistema ideológico transnacional. Laje, con su Libro negro de la nueva izquierda, y Dannan, con su canal de sátira política en YouTube, tradujeron el neoliberalismo radical en lenguaje audiovisual para las masas digitales. No venden teoría: venden catarsis. YouTube, TikTok y X son su púlpito. En lugar de argumentar, enojan: la indignación genera comentarios, los comentarios generan difusión, y el algoritmo premia la rabia. Milei capitalizó ese formato, transformando la frustración económica en espectáculo de revancha. Así, el voto se volvió un like y la política, un streaming.

Los dos ideólogos aplican lo que Jankowicz denomina “emotional hijacking”: el secuestro emocional del discurso público, donde la información deja de importar porque el espectador ya se siente parte de una causa. Varios autores muestran cómo la desinformación prospera precisamente cuando la emoción eclipsa a la razón. Milei es, en este sentido, un algoritmo con micrófono: no convence, sino que amplifica. El libertarismo argentino es menos una doctrina económica que una estética del enojo. En sus actos, la motosierra sustituye al programa, y la promesa de “dinamitar el sistema” se convierte en una imagen viral, perfecta para las redes. Su éxito —al igual que el de Trump o Bolsonaro— no proviene de la coherencia de sus ideas, sino de su capacidad performativa para representar el hartazgo colectivo. Haciendo el mismo uso de nivel “patriótico” que Johannes Kaiser y Camila Flores, Milei viajó a Estados Unidos solo para estar veinte segundos en un escenario y darle una motosierra a Elon Musk en público. ¡Listo! ¡Titular conseguido!

«Zurdos hijos de puta, tiemblen»

~Javier Milei

La venta de la ira debe tener otros subproductos: aprendiendo de la nostalgia vendida por el movimiento MAGA, Milei le recordaba a los argentinos que hace un siglo fueron la nación más rica del mundo. El discurso hacía creer que esa riqueza fue saqueada por políticos “zurdos hijos de puta”, y la motosierra simbolizaba que solo este mesías podía “cortar” a “la casta [que] tiene miedo”.

El experimento salió mal. Argentina quedó aún más arruinada que antes. Y ¿para qué pedir disculpas o cambiar la actitud, cuando puedes ofrecer un concierto presidencial de medio millón de dólares? Así, mientras América Latina gritaba “la casta tiene miedo”, Europa comenzaba a cantar su propio himno de pureza.

4- España viva: el orgullo como fetiche

“¡Viva España viva!”

~Lema de VOX

En España, Santiago Abascal y su partido VOX convirtieron la palabra patria en un producto cultural. ¿Empezamos a reconocer un patrón del discurso? Su lema “España viva” no fue tanto un llamado a la unidad como una marca de pureza: la promesa de “devolver la vida” a una nación supuestamente contaminada por el feminismo, la inmigración, el crecimiento del Islam y la corrección política. Sí, la nostalgia otra vez, reempaquetada desde una McBurger a una paella.

VOX nació en 2013, pero floreció en la era de las redes. Sus campañas mezclaron estética retro franquista con la lógica del influencer marketing: videos cortos, consignas simples y enemigos reconocibles. En Instagram y TikTok, Abascal posaba a caballo o en moto, vestido con chaqueta de cuero y mirada firme. Era el “macho ibérico” reimaginado para la era digital. Los algoritmos hicieron el resto: los hashtags #EspañaViva, #Feminazis y #Reconquista se volvieron tendencia permanente, fusionando nacionalismo, homofobia, islamofobia y nostalgia imperial. La estrategia Bolsonaro con presupuesto de Primer Mundo.

«La institucionalización de una nueva extrema derecha populista que se nutre de elementos de la ultraderecha histórica, adaptándolos a la comunicación política contemporánea«

~Xavier Casals

Como explica Xavier Casals, VOX representa “la institucionalización de una nueva extrema derecha populista que se nutre de elementos de la ultraderecha histórica, adaptándolos a la comunicación política contemporánea”. En otras palabras, el partido construye su fuerza no desde nuevas ideas, sino desde una reinvención estética del pasado, apropiándose de símbolos de la Reconquista, del nacionalcatolicismo y del orgullo masculino. Su relato no mira al futuro, sino al mito: la promesa de una España eterna que debe ser rescatada del presente.

El resultado fue una estética del orgullo: no un patriotismo racional, sino una devoción emocional. Abascal y sus dirigentes no hablan de economía, sino de dignidad nacional. Y esa dignidad se defiende a gritos, no con argumentos. VOX transformó la frustración social en identidad: el votante se siente soldado, no ciudadano. La misma identidad que llevó a partidarios de Trump a tomarse el Capitolio en una infame ocasión.

El fenómeno cruzó el Atlántico. VOX se convirtió en modelo exportable: su retórica influyó en Kast, Milei y la derecha mexicana. En 2025, el propio partido organizó un encuentro en Madrid donde Javier Milei recibió el premio “Escuela de Salamanca”, otorgado por El Club de los Viernes, una organización libertaria y antifeminista que celebró la “batalla cultural contra el socialismo”. El evento fue cubierto con pompa por El País, ABC y El Mundo: Abascal abrazando a Milei, banderas españolas y argentinas ondeando juntas, y un público gritando “¡Libertad, libertad!”. Pura escenografía emocional, sin contenido.

Abascal vende orgullo como producto de lujo. Y su éxito radica en convertir la política en identidad de consumo nacional: el español “de bien” compra banderas, camisetas y eslóganes como quien compra salvación. Europa, la cuna de la Ilustración, se rinde así ante su propio espejo emocional: el del fascismo rebrandeado para el siglo XXI. Lleve su fascista favorito, oferta exclusiva.

5-  Vota bot: El miedo como doctrina

José Antonio Kast no ofrece un futuro: ofrece tranquilidad. Su discurso es una promesa de refugio para quienes se sienten asediados por el caos, la delincuencia o los cambios culturales. Desde sus inicios, su fuerza ha estado en convertir la seguridad en religión y el miedo en herramienta de fidelización política. Durante la campaña presidencial de 2021, Kast presentó su candidatura bajo el lema “Atrévete”, acompañado de la frase “Atrévete a defender la familia”, donde la familia, más que un valor, funcionaba como símbolo de orden moral frente al desborde social tras el estallido “delictual” de 2019. En la segunda vuelta, la campaña se reestructuró bajo el lema “El Estado al servicio de las personas”, buscando proyectar una imagen más institucional y menos confrontacional. Una táctica conocida y probada por la derecha es “no admitas tus errores ni mentiras, solo adapta el relato”. En ambas etapas, los pilares discursivos fueron los mismos: familia, libertad, seguridad y fe. Kast no vende datos ni cifras: vende un relato emocional. En un país desgastado por la crisis social y la inflación, su mensaje suena sencillo y reconfortante: “te protegeré del desorden”.

El miedo se volvió doctrina. En su narrativa, los enemigos son abstractos pero constantes: el “comunismo”, los “inmigrantes ilegales”, la “ideología de género”. A veces incluso se les otorga una identidad (totalmente ficticia): el “presidente” que con su “Estado solidario” te quitará la casa para dársela a un venezolano. El “Censo” que viene a estudiar las habitaciones en desuso en tu hogar que pueden potencialmente alojar a un sin techo. Todos sirven para activar una emoción básica: amenaza. Y toda amenaza necesita un pastor que la interprete. Ese rol fue alimentado desde el mundo intelectual por la Fundación para el Progreso (FPP), dirigida por Axel Kaiser, think tank liberal vinculado a la Atlas Network, la misma red internacional que agrupa a organizaciones libertarias de América y Europa. La FPP ha organizado junto a Atlas eventos como el Latin America Liberty Forum, con eventos en los últimos años en Uruguay, Costa Rica y Brasil, reforzando los vínculos entre la derecha chilena y los think tanks globales del libre mercado. Dios los cría, Adam Smith los junta.

En su campaña 2025, Kast reforzó esa lógica: presentó oficialmente su candidatura con discursos que alertan del “abismo” y la “amenaza” a la libertad y al orden. Además, lanzó el “Plan Implacable”, una propuesta explícita para “devolverle a los chilenos su derecho a vivir sin miedo” atacando el crimen organizado con “mano dura”. En materia de seguridad, el comando afirmó que en su mandato Chile será “el país más seguro de Latinoamérica”. Estas declaraciones evidencian que su estrategia no ha cambiado sustancialmente: el miedo sigue siendo su principal recurso político. No es acerca de programas, sino de amenazas latentes. En ese escenario, quien impone el relato del peligro consigue que todos los demás hablen en la defensa —y eso es exactamente lo que pretende construir el Partido Republicano. Te crean un problema para ofrecerse como la solución. Oferta y demanda.

Chile y los votos son un juego de Monopoly, solo debes mover las fichas correctas: un par de bots por aquí, un pato verde que habla por acá y mantener el secreto bancario para que nadie sepa cómo lo financias (¿a quién le importan un par de cables?). ¡Ya está!: Opinión popular alterada.

6- Johannes Kaiser: el cinismo como marca política

Johannes Kaiser se posiciona como el anticandidato ideológico, aquel que no ofrece debates sino provocaciones. En vez de construir propuestas, cultiva la polarización. Esa estrategia funciona como un espectáculo permanente: cada declaración agresiva, cada insulto y cada gesto dramático sirven para mantenerlo en el centro de las conversaciones políticas. Su candidatura fue formalizada por el Partido Nacional Libertario (PNL), una escisión del ala más radical del republicanismo. Porque si alguien pensaba que no podía existir nada más facho que un republicano, acá le traemos la versión premium. Se dice que es el partido con más militantes en Chile.

«Jara es Bachelet con esteroides»

~Johannes Kaiser

Kaiser se ha mostrado más cómodo atacando que proponiendo: ha comparado a figuras políticas con expresiones burlescas (“Jara es Bachelet con esteroides”), ha defendido el derecho a las armas como un mandato moral (lo que le asegura el eterno y leal apoyo de la Asociación Chilena del Rifle), y ha dicho —sin ambages— “Nosotros amamos a los ricos” y “yo amo la desigualdad”.  En junio de 2025 abandonó la Cuenta Pública del Presidente cuando éste tocó el tema del aborto, denunciando que “habla de unidad, pero miente” y que sus proyectos provocan conflicto intencionalmente. Esa actitud de retirarse cuando los temas se vuelven incómodos revela una modalidad de provocador: estar solo en el escenario donde domina, evitar aquello que lo expone. ¿Por qué demostrar que no se tienen estudios superiores cuando puedes huir, insultar y tener la cuña perfecta para ser citado en la prensa? Y si las palabras no bastan para ello, solo vuelve a ponerte la corbata gringa.

Kaiser ha escalado en las encuestas no por una narrativa de esperanza, sino por su ruido político estratégico. En El País se le describe como un fenómeno que “corre los márgenes de la ultraderecha chilena”, porque no busca dialogar sino radicalizar. Ese cinismo calculado —criticar, incendiar, polarizar— es su mejor activo. No necesita legitimarse por argumentos: su rol es ser el impulso que resiente la estabilidad, el disruptor que fuerza a los demás a responder. En esa lógica, el político moderado queda detrás y el discurso emocional domina los titulares. Un Milei, pero del otro lado de la cordillera y sin estudios. Mate por mote.

Conclusión

Cada líder de la ultraderecha global ha diseñado su propio modelo de marketing emocional: Trump vende nostalgia, Bolsonaro fe, Milei ira, Abascal orgullo, Kast miedo y Kaiser cinismo. Son franquicias de un mismo supermercado ideológico: diferentes nombres y logos para el mismo producto. Cambian los envases, pero el contenido —odio, manipulación y pulsión autoritaria— es idéntico.

La diferencia entre ellos es de forma, no de fondo. Todos operan bajo la misma lógica de comunicación digital: reducir la política a un reflejo emocional y transformar al ciudadano en consumidor. En ese esquema, la democracia se vuelve una plataforma de streaming: el candidato que más grita o provoca es el que más “engagement” genera.

«Cuando la economía no ofrece esperanza, la política vende resentimiento«

~Joseph Stiglitz

Chile, con su crisis de confianza, su fatiga social y su fragmentación mediática, se ha convertido en el laboratorio perfecto para esta industria del miedo. Kast sigue siendo el dueño de la multinacional, pero nunca falta la pyme kaiseriana que trabaja como su subsidiaria. Como advierte el premio nóbel de economía Stiglitz, “cuando la economía no ofrece esperanza, la política vende resentimiento”. La ultraderecha entendió esa ecuación mejor que nadie y la convirtió en negocio. Hoy el odio tiene community manager, logo y merchandising. Y mientras la izquierda elitista abandona a sus influencers y sigue mendigando el cariño y la atención de los grandes medios que le detestan, la derecha se sienta con sus creadores de contenido a compartir un té (y harina inhalable, por qué no).

El fascismo ya no marcha: se viraliza. Y su algoritmo no necesita uniformes ni discursos largos, solo emociones breves y compartibles. La verdadera batalla ya no es entre izquierda y derecha, sino entre razón y algoritmo. Y si nos bombardean con mentiras, está claro cuál es el camino: la verdad es el cambio.

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Written By Grex Cavendish-Crawford

Escrito por el equipo de expertos de Nuevo Ciclo Político, comprometidos con la transparencia y el análisis profundo para un Chile mejor.

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