El rol de la economía en la política

Oct 6, 2025 | Ensayo | 0 Comentarios

La relación entre Estado y economía ha sido uno de los grandes dilemas de la modernidad. Desde Marx hasta Friedman, desde Bakunin hasta Kiyosaki, las respuestas a la pregunta “¿qué rol debe tener el Estado en la vida económica?” han dado lugar a teorías, políticas y hasta conflictos armados.

Hoy, en la postmodernidad —entendida no como una era propiamente tal, sino como el desencanto con los resultados de la era moderna— el debate adquiere formas extremas. En Chile, esta tensión se expresa en candidaturas que van desde el socialismo estatista hasta el minarquismo absoluto. Los candidatos viven en el mismo país, pero sus lecturas y supuestas “soluciones” vienen desde paradigmas radicalmente opuestos.

En este ensayo, revisaremos estas tres corrientes: el socialismo y su concepción del Estado, el capitalismo y su defensa del mercado, y el anarquismo, que cuestiona la necesidad misma del Estado. Finalmente, estudiaremos si puede existir una síntesis equilibrada que supere la dicotomía.

1- El capitalismo y la defensa del mercado

El capitalismo surge como respuesta a la decadencia del feudalismo y a la expansión del comercio mundial en los siglos XVI y XVII. Su justificación teórica se encuentra en los clásicos de la economía política, encabezados por Adam Smith, quien en La riqueza de las naciones (1776) escribió: “No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestro alimento, sino de su propio interés”. Esta frase condensa la noción de que la búsqueda del beneficio individual, guiada por la llamada “mano invisible”, genera bienestar colectivo. Para Smith, el rol del Estado debía reducirse a funciones básicas: defensa, justicia y provisión de ciertas obras públicas.

«No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestro alimento, sino de su propio interés«

~Adam Smith

David Ricardo, otro clásico, complementaba esta visión con su teoría de la ventaja comparativa, que justificaba el libre comercio como motor del desarrollo. “El agricultor y el fabricante no pueden vivir sin beneficio, del mismo modo que el obrero no puede vivir sin salario”. Con ello, Ricardo ponía en el centro al beneficio como condición de la reproducción social. En el siglo XX, el capitalismo enfrentó dos grandes retos: las crisis económicas y el auge del socialismo. Fue entonces cuando pensadores como Friedrich Hayek y Milton Friedman revitalizaron la defensa del libre mercado. Hayek, en Camino de servidumbre (1944), advirtió que “cuanto más planifica el Estado, más difícil se hace para el individuo planificar su vida”, mientras que Friedman sostenía: “El mercado preserva la libertad: quien decide qué producir y consumir no es el Estado, sino cada individuo”.

«El mercado preserva la libertad: quien decide qué producir y consumir no es el Estado, sino cada individuo«

~Milton Friedman

La visión neoliberal, surgida de esta tradición, se expandió globalmente en los años 80, de la mano de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Chile fue laboratorio de estas ideas bajo la dictadura de Augusto Pinochet, que implementó una radical liberalización de la economía con resultados contradictorios: crecimiento sostenido por un lado, pero también profundización de desigualdades y vulnerabilidad social. De hecho, todo país que ha funcionado bajo este sistema ha pasado por grandes crisis económicas. Las más grandes a nivel global fueron la de 1929 y 2008, y en Chile particularmente en dos ocasiones dentro del período de diecisiete años que duró la mencionada dictadura militar.

En el siglo XXI, defensores contemporáneos como Johan Norberg, en El Manifiesto Capitalista, insisten en que “los países con mercados más libres tienen un crecimiento más rápido, mejores salarios, mayor reducción de la pobreza, menos corrupción y más bienestar”. Otros, como Robert Kiyosaki, trasladan el discurso del capitalismo a la vida personal: “Los pobres trabajan por dinero; los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos”. Para él, la educación financiera individual es la clave para aprovechar las reglas del capitalismo.

«Los pobres trabajan por dinero; los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos«

~Robert Kiyosaki

Hoy en día las ideas capitalistas y liberales se han llevado a un extremo absurdo, principalmente en América Latina. A este extremo se le conoce como “libertarismo”, el cual aboga por un “minarquismo”: reducción casi total del Estado, haciendo que este exista casi únicamente para proteger el espacio aeroterrestre nacional. Autores como el argentino Agustín Laje y el chileno Axel Kaiser han popularizado esta idea, que ya fracasó a velocidad récord en su primera puesta a prueba con el gobierno de Javier Milei. Laje sostiene que “la tragedia del capitalismo es que el hombre moderno ha naturalizado la abundancia que de él ha resultado y ha creído que la riqueza es el estado natural del ser humano… cuando la verdad es exactamente la opuesta: el hombre nace pobre”. Kaiser, por su parte, insiste en que el Estado no debe confundirse entre grandeza y fortaleza: “No hay que confundir un Estado grande con un Estado fuerte”.

«No hay que confundir un Estado grande con un Estado fuerte

-Axel Kaiser

El núcleo del pensamiento capitalista, en todas sus variantes, es claro: el mercado es el mecanismo más eficiente para asignar recursos, generar riqueza e incentivar la innovación. El Estado, en esta lógica, debe limitarse a garantizar las reglas del juego y evitar interferencias que distorsionen la libre competencia.

2- El socialismo y su concepción del Estado

El socialismo, más que un modelo económico, es una filosofía moral y política que busca corregir las desigualdades estructurales generadas por el capitalismo. Desde sus orígenes en el siglo XIX, sus teóricos han comprendido que la economía no puede disociarse de la justicia social. Para Karl Marx y Friedrich Engels, el “Estado burgués” (es decir, bajo el sistema capitalista) no era otra cosa que “una máquina de opresión de una clase sobre otra”. Su propuesta, sin embargo, no era un estatismo perpetuo ni eterno, sino una fase transitoria hacia una sociedad sin clases: el proletariado debía utilizar el aparato estatal para socializar los medios de producción y luego abolirlo. Como señalan: “El proletariado toma el poder político y convierte los medios de producción en propiedad del Estado. Pero, al hacerlo, se abolirá a sí mismo como proletariado… y también abolirá el Estado como Estado”.

«El capitalismo despoja al hombre de su esencia creadora y lo transforma en un engranaje alienado dentro de la maquinaria productiva«

~Karl Marx

Marx criticaba ferozmente el capitalismo diciendo “el capital es trabajo muerto que, como vampiro, vive chupando trabajo vivo”.  Su crítica no era solo económica, sino humanista: “el capitalismo despoja al hombre de su esencia creadora y lo transforma en un engranaje alienado dentro de la maquinaria productiva”. Engels complementaba: “El Estado no es más que un instrumento de opresión de una clase por otra — no menos en una república democrática que en una monarquía”. Señalaba la injusticia de que los medios de producción estuviesen bajo las manos de un pequeño grupo de personas, las cuales se llevaban toda la plusvalía, mientras que el obrero era privado de ésta, puesto que su fuerza de trabajo ya estaba considerada en los costes de producción.

El revolucionario Vladimir Lenin radicalizó esta visión. En su interpretación —conocida ahora como “marxismo-leninismo”— el Estado debía ser tomado y fortalecido bajo la “dictadura del proletariado”. Lo justificaba en términos claros: “La teoría de la inevitabilidad de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Éste no puede ser superado… sino, por regla general, sólo mediante una revolución violenta”. Esta visión daría lugar al socialismo real, caracterizado por la nacionalización de los medios de producción y la planificación central, que permitió a países como la Unión Soviética pasar de un atraso feudal a convertirse en potencia industrial en pocas décadas.

Sin embargo, reducir el socialismo a su vertiente soviética sería injusto. Rosa Luxemburg, desde una mirada más democrática, insistió en que “la libertad es siempre la libertad del que piensa diferente”. Antonio Gramsci, por su parte, propuso un socialismo cultural y hegemónico, donde la batalla por el poder debía darse también en el campo de las ideas y no solo en las fábricas.

A nivel global, las experiencias fueron diversas: en Corea del Norte, Cuba, Vietnam y China, el socialismo adoptó caminos propios, ajustándose a contextos históricos y culturales diversos, pero manteniendo una premisa común: el Estado debe ser el motor del desarrollo y el garante del bienestar colectivo.

Ho Chi Minh planteaba que debía “desarrollarse el sector económico de propiedad estatal para crear la base material del socialismo”. Kim Il-sung resumía: “La economía socialista es una economía planificada… sin estadísticas no hay planificación, y sin planificación es imposible construir el socialismo”. Xi Jinping, en cambio, representa hoy en día una versión más pragmática: “Debemos permitir que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos, al tiempo que mantenemos al sector estatal como pilar de la economía”. Esto implica una síntesis entre planificación y competencia, donde el Estado no destruye el mercado, sino que lo orienta hacia fines sociales.

«Debemos permitir que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos, al tiempo que mantenemos al sector estatal como pilar de la economía«

~Xi Jinping

Así, la tradición socialista ha defendido históricamente un Estado fuerte, pero con matices que van desde el comunismo revolucionario hasta el socialismo de mercado. Se podría decir que el socialismo, a medida que evoluciona y se autoanaliza, comienza de a poco a ver en el mercado un aliado. Y los Estados que han comprendido eso son los que han, en teoría, “triunfado” bajo este sistema. El socialismo, en su mejor expresión, no busca uniformidad sino equidad; no pretende suprimir la libertad, sino socializarla. Ha sido responsable de las mayores conquistas sociales del siglo XX: el derecho al trabajo, la educación pública, la salud universal, las pensiones, la sindicalización y la reducción drástica de la pobreza en países que apostaron por modelos mixtos. A diferencia del capitalismo, que sacraliza el beneficio individual, el socialismo recuerda que la riqueza es producto del esfuerzo colectivo. En su dimensión ética, sostiene que la libertad sin igualdad es privilegio, y la igualdad sin libertad es tiranía, por lo que ambas deben coexistir bajo la guía de un Estado justo.

Sin embargo, a más de un siglo de experimentación, ni el socialismo ni el capitalismo han logrado cumplir plenamente sus promesas. Ambos sistemas nacieron con una vocación emancipadora —uno prometiendo justicia e igualdad, y el otro libertad y prosperidad—, pero en la práctica han revelado profundas limitaciones y falencias. Ante el fracaso parcial de ambos modelos, surge una tercera corriente: aquella que desconfía tanto del Capital como del Estado, y que busca la “libertad absoluta”:

3- El anarquismo y la utopía de la libertad absoluta

Si el socialismo reivindica el poder del Estado para alcanzar la justicia, y el capitalismo lo reduce a su mínima expresión para proteger la libertad individual, el anarquismo va más allá: niega la necesidad del Estado en cualquiera de sus formas. En su raíz filosófica, el anarquismo concibe toda autoridad como una forma de opresión y toda jerarquía como una corrupción de la libertad humana.

«Donde comienza el Estado, cesa la libertad individual, y viceversa«

~Mikhail Bakunin

Mikhail Bakunin, su gran teórico, afirmaba “donde comienza el Estado, cesa la libertad individual, y viceversa”. Para él, toda organización estatal —incluso una socialista— acabaría reproduciendo la dominación, porque quien detenta el poder, aunque lo haga en nombre del pueblo, termina defendiendo sus propios privilegios. Por eso advertía contra el “comunismo autoritario” de Marx, al que acusaba de reemplazar la tiranía burguesa por una tiranía burocrática.

Piotr Kropotkin, más científico que revolucionario, profundizó esta crítica en El apoyo mutuo (1902). Allí argumentó que la cooperación, no la competencia, es la ley fundamental de la naturaleza y de la sociedad. Sostenía que las comunidades humanas, si se liberaban de la coerción estatal, podrían organizarse espontáneamente bajo principios de ayuda mutua, autogestión y federación voluntaria. “Solo mediante la abolición del Estado, mediante la libertad perfecta por el acuerdo libre y la federación absoluta, podremos alcanzar el comunismo verdadero”, escribió.

En la teoría, las ideas de Bakunin y Kropotkin resultan seductoramente coherentes: la libertad total, la comunidad autogestionada, la economía basada en la solidaridad. De hecho, su crítica al poder estatal —incluso dentro del socialismo— anticipa debates modernos sobre la burocracia, el autoritarismo y la alienación política. Sin embargo, en la práctica, el anarquismo nunca logró materializar un modelo económico sostenible. Carece de una teoría de la producción y de la distribución capaz de sostener a sociedades complejas. Su rechazo total al Estado impide organizar grandes infraestructuras, coordinar mercados, estabilizar monedas o garantizar derechos universales. La autogestión local funciona en pequeñas comunidades, pero se desintegra frente a las exigencias de un sistema global. El ejemplo más célebre fue la Revolución española de 1936, donde los anarquistas lograron controlar regiones como Aragón y Cataluña durante meses. Pero la falta de coordinación y de mando unificado —en contraste con la disciplina comunista— terminó en caos. Los mismos principios libertarios que garantizaban su pureza ideológica también socavaron su capacidad de defensa frente al fascismo.

«El anarquismo no es un sistema social listo para aplicarse, sino una dirección de movimiento«

~Errico Malatesta

A diferencia del socialismo o el capitalismo, el anarquismo nunca tuvo praxis institucional, porque su principio fundante —la negación de toda autoridad— le impide consolidarse como estructura política. Como reconocía Errico Malatesta, uno de sus últimos grandes pensadores, “el anarquismo no es un sistema social listo para aplicarse, sino una dirección de movimiento”. Y ahí radica su fragilidad: es un horizonte moral, no un modelo económico. La anarquía puede inspirar movimientos sociales, cooperativas o comunidades alternativas, pero no reemplazar los sistemas complejos de producción, distribución y gobernanza que exige la civilización moderna. En ese sentido, el anarquismo comparte con el capitalismo y el socialismo un impulso utópico, pero es el único de los tres que permanece suspendido en la teoría, sin haber construido nunca un Estado, ni una economía de alcance nacional. Su crítica es poderosa; su praxis, imposible.

Aun así, su legado persiste. El pensamiento libertario alimentó movimientos obreros, sindicalistas y ecologistas; inspiró el cooperativismo moderno y la economía social; y sirvió como recordatorio de que incluso los sistemas más justos necesitan vigilancia constante para no convertirse en nuevas tiranías. Bakunin y Kropotkin no ofrecieron un plan económico viable, pero sí una advertencia eterna: que el poder, incluso el que se ejerce en nombre del bien común, tiende a devorarlo todo.

Frente a estos extremos —el mercado sin alma, el Estado sin libertad y la anarquía sin estructura— surge la necesidad de una síntesis que recupere lo mejor de cada modelo y evite sus excesos. Tras dos siglos de experimentos fallidos, la humanidad parece buscar un punto de equilibrio: un sistema donde el Estado no oprima, el mercado no devore y la libertad no se disuelva en el caos.

4-  El Estado inteligente y la soberanía económica del siglo XXI

Ni el socialismo centralizado ni el capitalismo desregulado han logrado resolver las contradicciones del desarrollo. Ambos sistemas, en sus excesos, dejaron sociedades fracturadas: unas por la falta de libertad, otras por la ausencia de justicia. El siglo XXI exige un camino intermedio: un Estado fuerte, democrático y moderno, que actúe no como enemigo del mercado, sino como su socio estratégico.

«El mercado no es capaz de hacerlo solo; necesitamos el liderazgo del Estado«

~Joseph Stiglitz

El economista Joseph Stiglitz —Premio Nobel de 2001— lo ha expresado con claridad: “Debe haber un nuevo tipo de capitalismo, que implique un mejor equilibrio entre gobierno, mercados y sociedad civil”. Y bajo esa misma línea, asegura que “el mercado no es capaz de hacerlo solo; necesitamos el liderazgo del Estado”. Ese diagnóstico no es aislado. John Kenneth Galbraith ya había advertido que “hay cosas en las que el gobierno es absolutamente inevitable, sin las cuales no podemos arreglárnoslas sin una acción estatal integral”. Y Amartya Sen, otro Nobel de Economía, subrayó que el Estado tiene la “obligación de desempeñar bien aquellos servicios que constituyen un deber social”, entre ellos la educación y la salud. Incluso los liberales más pragmáticos reconocen esta realidad. Paul Samuelson, padre de la economía moderna, recordaba que “durante la Gran Depresión decían que el gobierno no debía hacer nada, pero esa fue una de las ideas más equivocadas del siglo XX”. Y Mariana Mazzucato, referente contemporánea, sintetiza el nuevo paradigma en una frase precisa: “El Estado no es una carga, sino el actor más audaz del mercado, quien asume los riesgos que el sector privado no toma”.

«El Estado no es una carga, sino el actor más audaz del mercado, quien asume los riesgos que el sector privado no toma«

~Mariana Mazzucato

Desde esta perspectiva, la propuesta de arquitectura soberana busca actualizar el contrato entre Estado y economía. Reconoce que el libre flujo de capital es indispensable, pero también que sin regulaciones macroprudenciales los países quedan a merced de la especulación. De ahí su idea de un encaje inteligente, un mecanismo que convierte la volatilidad financiera en una herramienta de estabilidad. Se trata de transformar la inmovilización en valor, la incertidumbre en resiliencia, y el capital volátil en capital productivo. Este modelo también entiende que la verdadera soberanía no se conquista cerrando fronteras, sino controlando estratégicamente los flujos que afectan la vida nacional. Por eso, el plan incorpora instrumentos como el Fondo Soberano Mineral, los créditos verdes con multiplicador productivo, y el Mecanismo de Estabilidad de Pensiones, tres políticas que materializan lo que Stiglitz denomina “un Estado que regula e invierte, no para sustituir al mercado, sino para que funcione mejor”. A nivel macro, este paradigma no se limita a reactivar la economía: busca reconstruir la confianza en el Estado como garante de estabilidad y justicia. Como escribió Keynes, “el problema político de la humanidad es combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. Esa combinación es, precisamente, la que aquí se propone: un equilibrio realista entre planificación y libertad, entre inversión pública y emprendimiento privado. Así, el Estado deja de ser un aparato burocrático o un mero árbitro para convertirse en un arquitecto soberano del desarrollo, capaz de orientar los incentivos del mercado hacia el bienestar colectivo. Este modelo parte de una verdad elemental: la riqueza no nace del laissez-faire, sino de la colaboración entre lo público y lo privado bajo reglas justas.

«Un Estado que regula e invierte, no para sustituir al mercado, sino para que funcione mejor«

~Joseph Stiglitz

En un mundo donde la desigualdad amenaza la democracia y la desinformación erosiona la confianza institucional, esta visión propone un nuevo pacto de civilización. Un Estado que no oprime, un mercado que no domina, y una ciudadanía que no delega su destino. Esa es, en síntesis, la nueva ruta que encarna Marco Enríquez-Ominami y su think tank Nuevo Ciclo: la del Estado inteligente, soberano y democrático, donde la economía vuelve a estar al servicio de la sociedad —y no al revés. Porque la verdad es el cambio.

Bibliografía

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Cavendish-Crawford, Grex & Artal, Francisco (2025) Ciclo 2: 1970-1990. UP y dictadura militar. Nuevo Ciclo

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Enríquez-Ominami, Marco (2025) La Arquitectura Soberana del Futuro: Chile 2025-2030. Nuevo Ciclo

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(1867) El Capital. Progreso

Mazzucato, Mariana (2013) The Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Sector Myths. London: Anthem Press

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Stiglitz, Joseph (2012) The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future. New York: W.W. Norton & Company.

(2020) We Need a New Type of Capitalism. World Economic Forum

(2020) Why We Need Government Leadership in the Economy. Institute for New Economic Thinking (INET)

Xi, Jinping (2014) Comunicado de la Sesión 18 del Tercer Pleno del Comité Central del Partido Comunista de China. China.org.cn

Written By Grex Cavendish-Crawford

Escrito por el equipo de expertos de Nuevo Ciclo Político, comprometidos con la transparencia y el análisis profundo para un Chile mejor.

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