Estamos ad portas de la segunda vuelta de la elección presidencial. Ocho proyectos se disputaron la preferencia de la ciudadanía, y dos de ellos suponen mayor poder de convocatoria. Hay mucho que aprender y reafirmar a partir de los resultados de la primera vuelta.
1- El veredicto
La política tradicional se mantiene. La gente, ya sea por ignorancia, miedo o presión social, desea seguir con el modelo neoliberal que ha mantenido a Chile estancado por tantos años. La derecha consuetudinaria de Matthei ha perdido fuerza, y la candidata que lleva más de tres décadas intentando ser presidente de Chile ya aprendió que nunca lo será. Es solo Lavín con peluca rubia y transición de género. Tiempo para correr por las calles no le faltará: si no consigue el Ministerio de Transportes, les dirigirá el tránsito a estos.
Por otra parte, la derecha más delirante, caricaturizada por Kaiser, ha ganado cierto terreno en Chile, aunque no lo suficiente como para reemplazar a su amo Kast. La mascota sigue siendo aquella que cuida la casa, ladrando toda la noche, pero siempre duerme afuera. Otra carrera más que se echa este personaje.
La derecha “moderna” de Parisi alcanza una popularidad considerable, especialmente entre la comunidad incel que tiene más vida digital que física. Por eso sorprende a las encuestas que, como siempre, mienten. Las encuestas no miden, entre otros, a quienes no interactúan sino con personajes de Los Sims y foros de anime. El harén de waifus y el “enchulamiento de la vieja” tendrán que esperar al menos otros cuatro años. Por mientras, deberán conformarse con una novia 2D o con un polvo mágico por la nariz, respectivamente.
El fenómeno Mayne-Nicholls duró menos que un partido de fútbol. Antes de que el árbitro pitara el final del primer tiempo, el partido ya se había acabado y el estadio estaba bastante más vacío de lo que muchos podían pronosticar. Don Handroll demostró estar más solo que Kast para el día del amigo.
Eduardo Artés y Marco Enríquez-Ominami tuvieron un sorpresivo revés: alcanzaron una menor cantidad de votos que en la elección pasada.
En el caso del primero, el profesor que en 2021 había triplicado sus votos de 2017, en esta ocasión no logró convencer a suficientes alumnos de que la dictadura del proletariado era la vía correcta. El “hasta vencer o morir” tendrá que olvidarse para siempre del “vencer”. Como diría él mismo, “lisillanamente”, nos evitaríamos estos problemas si prescindiéramos de las urnas.
En el caso de ME-O, la tecnocracia no sirvió para un país tan carente de academia. Tanto estudio, tantos profesionales de renombre y el único programa de los ocho que explicaba cómo se financiaba no lograron resonar en la ciudadanía, que veía una candidatura desgastada después de que se cumpliera el récord nacional de candidaturas presidenciales. Obviamente, tampoco sirvió que la mitad de ellas fueran enlodadas por difamaciones y asesinato de carácter por parte de poderosos rivales políticos. El voto chileno es más emocional que intelectual, y por eso los “mateos” como Marco quedan fuera de la ecuación política nacional, especialmente después de la “brillante” idea merluciana del voto obligatorio.
2- Papelillos por papeleta
Llegamos a segunda vuelta con dos nombres en la papeleta, pero el menú es menos variado de lo que parece. De un lado, José Antonio Kast, católico devoto, hijo de un militante del Partido Nazi que llegó a Chile tras la derrota de Hitler. Del otro, Jeannette Jara, funcionaria de larga data, militante comunista desde la juventud, que construyó una imagen desde la narrativa de “hija del pueblo” que creció en “cuna de mimbre” y hoy se presenta como la versión Fruna de Michelle Bachelet.
Sobre el papel, la elección es entre dos proyectos supuestamente antagónicos; la Guerra Fría penando a la política nacional. En la práctica, parece más bien elegir entre la maqueta de un Cuarto Reich con dialecto coa y la administración algo gris de un Estado que promete más de lo que su caja fiscal permite.
3- In nomine Patris nazisti, Filii Fascisti, et Spiritus Schoenstattis
“Porque de tal manera amó Goebbels a Chile, que les ha dado a su Hijo Predilecto, para que todo aquel que le vote no piense ni cuestione, mas obedezca en paz y orden”
~Juan [Larraín-Matte] 3:16
Kast no es un accidente del sistema; es su hijo favorito. Educado en el Colegio Alemán, abogado de la Católica, gremialista, discípulo de Jaime Guzmán y militante histórico del partido de este antes de fundar el suyo propio. Porque cuando eres tan facho que la UDI te parece roja, debes crear tu propia facción.
José Antonio es católico practicante y pertenece al Movimiento apostólico de Schönstatt, algo que él mismo exhibe como identidad espiritual y política. No por nada su familia le prestaba gentilmente, de forma habitual, una casa de su propiedad en Puerto Varas a Karadima y sus jóvenes acompañantes. Su biografía viene marcada por un dato que dejó de ser rumor hace rato: su padre, Michael Kast, no fue solo un soldado alemán confundido en la guerra. Documentos históricos muestran que fue miembro del Partido Nazi y que llegó a Chile después de la derrota de Hitler, como tantos otros que encontraron refugio en el Cono Sur. Eso, por sí solo, no condena moralmente al hijo; pero sí ayuda a entender por qué “al Larry” le resulta tan fácil relativizar las violaciones de derechos humanos de la dictadura, defender a reos de Punta Peuco y hablar con nostalgia de un Chile de “orden” bajo botas bien lustradas.
En campaña, Kast vende “La fuerza del cambio”, pero lo que ofrece es la fuerza de siempre aplicada a enemigos nuevos. El “marxismo internacional” ahora es personificado por Gabriel Boric y sus aliados inmigrantes irregulares, en especial venezolanos, convertidos en chivo expiatorio perfecto. Su propuesta estrella es una operación de expulsión masiva: videos contando los “días que les quedan” a los inmigrantes irregulares, amenazas de que deberán abandonar el país en poco más de cien días o enfrentar expulsión y prohibición de reingreso, y la idea de que ellos mismos “colaboren” pagando su pasaje de vuelta. Similar a lo que, hace una década, era la promesa de un muro en el sur de los Estados Unidos y que “los mismos mexicanos pagarían”. Spoiler: nunca fue. Pero con esas palabras ha bastado para darle una no tan simpática cefalea a los vecinos del norte. Nunca se habían comido tantas arepas ni escuchado tanto acento caribeño en Chacalluta.
En lo económico, el guión no es menos agresivo. Kast ha puesto sobre la mesa un recorte del gasto público de 21.000 millones de dólares, cifra más imposible que encontrar un republicano con asistencia completa en el Congreso. Incontables son ya los profesionales que explican que dicho recorte es inviable, mientras que el “Pepe Larry Kables” responde con la muletilla de siempre: “terminar con el despilfarro”. Como si el Estado fuera una especie de mall donde solo basta despedir a los guardias para que las cuentas cuadren. Porque, de hecho, se necesitaría despedir a unos 300 mil empleados públicos para lograr dicho recorte. Nada hace crecer más a un país que 300 mil nuevos cesantes.
A eso se suma la admiración explícita por liderazgos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele o Giorgia Meloni —con quien se reunió en Roma para inspirarse en su política migratoria—, y la afinidad con Vox en España y la nueva ultraderecha europea. Ya hemos hablado de esto en varios artículos de Nuevo Ciclo. Y no se necesita mucho talento para leer entre líneas estas acciones del candidato: Estado policial hacia abajo, neoliberalismo hacia arriba, moral católica conservadora hacia los cuerpos, y un relato de “gran reemplazo” latinoamericanizado, en el que los venezolanos cumplen el papel que los judíos tuvieron en la propaganda de otros tiempos. Si uno sigue la lógica hasta el extremo, al menos hoy en día, tras décadas de democracia, la cámara de gas tendría calefont y los trenes a Auschwitz hidrógeno verde.
4- Jara: madre del Estado social mínimo, hija del aparato público
En la otra esquina está Jeannette Jara, presentada como “mujer del pueblo” que pasó de la mediagua sin agua corriente a encabezar una coalición de nueve partidos de centroizquierda. Su biografía está hecha para la franja: nieta criada por la abuela, trabajadora temporera, promotora, vendedora ambulante, dirigente estudiantil en la Usach, funcionaria del Servicio de Impuestos Internos y luego subsecretaria y ministra. El currículum del que Kaiser carece.
En términos formales, Jara no tiene “poca academia”: es administradora pública, abogada y magíster en gerencia pública. Pero su figura no es la de la intelectual que cita a Marx en alemán ni de la teórica que propone un nuevo modelo. Es, sobre todo, una tecnopolítica del aparato estatal, experta en comisiones, mesas de trabajo y tramitación legislativa. Su capital simbólico no pasa por papers ni libros, sino por reformas concretas como la reducción de la jornada laboral de 45 a 40 horas y los intentos de modificar el sistema de pensiones.
Su frase más repetida tras la primera vuelta lo resume bien: “No dejen que el miedo congele sus corazones”. Es la voz de la madre que le habla a un país asustado y le promete seguridad, pero en clave de Estado social: más ingreso mínimo —con su propuesta de ingreso vital de 750 mil pesos—, más inversión pública, empresas estatales en sectores estratégicos y un “Estado fuerte y moderno” para perseguir evasores antes que indigentes.
El problema es que, para lo que está en juego, Jara es probablemente la carta más débil que la izquierda podía ofrecer (solo superada por Mulet). No porque sea incompetente en la gestión, sino porque no encarna un proyecto nuevo ni moviliza un deseo profundo de cambio: parece más bien la administradora que llega a cerrar la caja del gobierno de Boric, a corregirle errores sin romper con nada esencial. Cuatro años más de lo mismo, y la derecha lo sabe. La sumatoria de Kast + Kaiser + Matthei ya supera con holgura el 50% de los votos, sin contar el confuso, contradictorio y antipolítico voto del PDG y sus cercanos. En ese tablero, Jara enfrenta una tarea casi imposible: convencer a un país que se derechizó brutalmente de que la continuidad matizada del oficialismo es preferible a la aventura autoritaria del Cuarto Reich criollo.
Su campaña intenta moverse hacia el centro, incluso insinuando que podría congelar su militancia comunista como gesto simbólico, y recogiendo propuestas de Parisi, Mayne-Nicholls y la propia Matthei. Pero eso confirma la debilidad de origen: una candidatura que llega a segunda vuelta por inercia institucional más que por entusiasmo popular, obligada a pedir prestado relato y programa a quienes derrotó por poco en la primera vuelta.
5- Corolario
En resumen, el país se encuentra atrapado entre un proyecto reaccionario con vocación de siglo XX y una administración continuista con vocación de comité de servicio público. Kast promete “orden” con recortes multimillonarios y expulsiones masivas, como si Chile pudiera convertirse en un laboratorio latinoamericano de la derecha iliberal. Jara promete “no congelar los corazones”, pero necesita descongelar primero la imaginación política de un oficialismo que llega a la segunda vuelta en modo defensivo. “Aún tenemos Patria, ciudadanos”… hasta que se privatice.
Bibliografía
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(2025) Una democracia defectuosa es siempre superior a Pinochet. Nuevo Ciclo
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Equipo Económico Nuevo Ciclo (2025) Programa Económico 2026-2030. Nuevo Ciclo
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Laborde, Antonia (2025) La crisis migratoria marca la recta final de la presidencial chilena entre Kast y Jara. El País
Rivas, Federico (2021) Una investigación prueba que el padre del candidato chileno José Antonio Kast fue miembro del partido nazi. El País
Sanhueza, Ana María (2025) Jeannette Jara: “No dejen que el miedo congele sus corazones”. El País
Serra, Jeannette (2013) Las Huellas de Karadima. Universidad de Chile

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